martes, 12 de octubre de 2010

Presentación en Las Toninas



“El encarnado” por Emma Wolf

Apenas apareció el gato en mi casa, me di cuenta : él era la reencarnación de mi abuelo.

No sé bien cómo es este asunto de las reencarnaciones, pero puedo imaginármelo a partir de alguna cosas que leí y escuché.

El alma es como un bocado radiante o una rosquita de humo que sale de la persona cuando muere. Sale con el último suspiro. Una vez que ha salido se desplaza por el aire buscando otro cuerpo vivo. Este cuerpo puede estar lejos o cerca, y ser de persona, animal o planta. Cuando lo encuentra, zap, se mete adentro. Y listo, ya se reencarnó. Más o menos eso es lo que le pasó a mi abuelo.

Tampoco sé cuánto tarda un alma en encontrar otro envase. Supongo que eso depende de la distancia que debe recorrer. Reencarnarse en un país lejano debe llevar más tiempo .Recuerdo que el gato apareció en casa unos seis meses después de la muerte de mi abuelo y parecía de por acá, pero no debe tomar en cuenta este dato porque mi abuelo era lerdo para todo.

También ignoro por qué motivo se reencarnó en un gato – y ese gato!- habiendo tantos seres mejores por el mundo. Ni es un animal bello ni es un modelo de virtudes; aunque pensándolo bien mi abuelo tampoco lo fue. Tengo que suponer que cada uno se reencarna en lo que puede y a él le tocó, justamente, ese gato maula, insolente, con mandíbula de trampero.

Se preguntarán ustedes -¿cómo me di cuenta que el gato era mi abuelo o viceversa?

En primer lugar por la tranquilidad con que se instaló en mi casa; como si la conociera. Cuando se apoderó del sillón de mimbre no me atreví a echarlo porque actuaba como si siempre hubiera sido suyo.

Igual que mi abuelo, el gato acostumbra pasar noches enteras caminando por los techos. Y, como el gato, mi abuelo adoraba los lácteos y los consumía en cantidad con el pretexto de su úlcera.

Los dos con los mismos bigotes alerta, el mismo fastidio por el agua, la misma capacidad para desordenar el costurero que ponía frenética a mi pobre abuela Pina, la misma destreza para cazar los ratones del galpón.

Trae problemas convivir con un gato que además es el abuelo propio. Si a un abuelo se le deben ciertas consideraciones, a un gato no tanto.

Imaginarse a uno mismo pisando por descuido un gato –no hay nada más feo que pisar un gato-; cuanto mayor es el sobresalto si es el abuelo de uno que maúlla.

Hasta hoy no pude impedir que se comiera mi pescado, pero francamente no tengo ganas de compartirlo con él. Este asunto del pescado me molesta tanto como este otro: cada vez que lo olvido a la intemperie un día de lluvia, tose para recordarme que es asmático.

Otro problema es cómo presentarlo a los demás

¿Qué conviene decir?

-Este es Neutrino, mi abuelo.

O bien:

-Este es Alfonso, mi gato.

Opté por decir que se presentara solo, cosa que jamás hace, lo que me pone en situaciones muy incómodas con la gente.

Más molesto fue cuando me lo trajo el encargado de la custodia del banco que está a media cuadra. Durante tres meses seguidos, los días 5, lo encontró en la cola de los jubilados. El hombre lo traía correctamente alzado por la piel del pescuezo. Y me lo entregó con visible desconfianza. Sospechaba algo. Me costó explicarle que eran restos de costumbres de su encarnación anterior.

Hasta ahora las cosas son así. Y no son fáciles. Me temo que se van a complicar más todavía.

Hace unos meses mi abuelo entró en conversaciones con una gata barcina, común, de la que apenas lo separa una medianera.

Ella se llama Niní.

Sé que la dueña lo echó varias veces a escobazos (eso me mortifica). Parece fastidiada , la mujer. No la gata, en cambio, que está encantada.

La mujer cree -creo yo-que mi abuelo ha hecho algo inconveniente.

Es evidente que en unos días más la gata va a tener gatitos. Y también es evidente que ése es el resultado de las conversaciones entre Niní y mi abuelo. De alguna manera la dueña de la gata me hace responsable por lo que pasó ¿Pero cómo puede hacerse a un nieto responsable por las acciones de su abuelo reencarnado?

La única duda que tengo, la que me atormenta- y después me dejo ya de fastidiar con asuntos de familia-, la única duda, repito, es ésta: si los gatitos son hijos de mi abuelo ¿qué son de mí?

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