jueves, 26 de diciembre de 2019

Un café

"Frente a la taza con café se columbra, se reflexiona, se sueña, se imagina, se escribe, se conversa, se enamora, 
se seduce, se rompe, se reconcilia, se halaga, se sugiere, se invita…
Y el café, el misterioso café escucha, profetiza, atestigua, aconseja, da fe, observa, asiente, se ruboriza…"
-Gustavo Máynez Tenorio
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miércoles, 25 de diciembre de 2019

Palabras de Antonio Dal Masetto

 “Nuestra tarea es narrar y contar historias y recuperar aquello que llevamos en la sangre, aquella imagen ancestral que recuperamos cada vez que iniciamos una página. El narrador junto al fuego, aquel que ha cruzado las montañas, los mares, y un día vuelve y cuenta las maravillas que vivió. Y la gente alrededor, esperando escuchar este relato maravilloso.”

“¿Quién lee nuestros libros, qué cara tienen los lectores? Uno escribe para llegar a otros. No salgo con frecuencia de mi reducto. La escritura es un oficio solitario y aislado. Un espacio tan privado que uno se vuelve egoísta y muy avaro de su tiempo y de su espacio. Resulta cada vez más difícil salir de ese círculo.”
 
Publicado en Página 12

Búsqueda

"Búsqueda" por Vivi García

   Una tarde, hace muchísimo tiempo, Dios convocó a una reunión. Estaba invitado un ejemplar de cada especie. 
   Una vez reunidos, y después de escuchar muchas quejas, Dios soltó una sencilla pregunta: "Entonces, qué les gustaría ser?", a la que cada uno respondió sin tapujos y a corazón abierto.
    La jirafa dijo que quería ser un oso panda; el elefante pidió ser mosquito; el águila, serpiente; la liebre quiso ser tortuga; y la tortuga, golondrina; el león rogó ser gato; la nutria, carpincho; el caballo, orquídea; y la ballena pidió permiso para ser zorzal.
   Le llegó el turno al hombre. Dudó. Después de meditar unos segundo, y casi con un gesto de súplica, dijo: "Señor, yo quisiera ser... feliz".

La noche del elefante

 

Cuento: LA NOCHE DEL ELEFANTE, de Gustavo Roldán





El circo llegó al pueblo, y con el circo llegó el elefante.

—¡Estoy podrido! —fue lo único que se le oyó decir cuando bajó del tren.

El elefante había viajado con el circo por París, Londres, Moscú, Buenos Aires, siempre por las más grandes ciudades del mundo, y ahora, cruzando el Chaco, había llegado a Saenz Peña, que seguramente también era una de las grandes ciudades del mundo.

Ahí fue donde dijo:

—¡Estoy podrido!

Y no habló más. Los otros animales lo miraron sorprendidos, porque no estaban acostumbrados a que anduviera protestando. Al contrario, tenía fama casi de demasiado manso.

La rutina siguió. Levantaron la carpa, acomodaron las jaulas de las fieras, y prepararon un desfile por las calles para que a todo el pueblo le diera ganas de ir a ver las maravillas del circo más hermoso.

Todo marchaba sobre ruedas. O por lo menos parecía. Nadie se había dado cuenta de que el elefante andaba más trompudo que de costumbre. Nadie sabía que mientras el tren iba recorriendo los caminos del Chaco el elefante se había puesto a oler.

Fue un olor que le llegó de golpe, mientras descansaba tranquilamente en su jaula junto con abundante pasto y agua limpia, y fue como si la tierra se hubiera dado vuelta. Sintió apenas una especie de cosquilla que le hormigueaba desde la trompa hasta la punta de la cola, y de pronto supo de qué se trataba. Era el olor de los árboles, era el olor de un río, era el olor de la selva. Miró por entre los barrotes de su jaula y vio miles de pájaros que volaban y se posaban en los árboles, y miró los árboles.


No eran los mismos que conociera, pero eran árboles. Tampoco los pájaros eran los mismos, pero eran pájaros.

De un lugar así lo habían sacado los cazadores hacía muchos años, tantos, que ya ni sabía que se acordaba. Pero ahora de golpe, se le vino encima toda la memoria.

Y entonces se acordó de los grandes espacios por donde correteaba con la manada, se acordó del calor y de las noches inmensas cuando toda la tierra era de los elefantes. Se acordó de las grandes caminatas para buscar agua y comida y de las peleas con el tigre.

Y se acordó del miedo.

Era un elefante joven, con colmillos que comenzaban a crecer con fuerza, cuando conoció el miedo. Fue cuando llegaron los cazadores. Hasta entonces creía ser un animal más fuerte, un animal que podía matar al león con su trompa poderosa y sus colmillos. Un animal que ya había enfrentado al tigre de suaves manchas y lo había visto huir.

—¡Qué pequeños son! —pensó cuando vio a los cazadores.

Pero no sabía que tenían dardos con venenos para hacer dormir a un elefante, y que tenían jaulas de hierro capaces de aguantar toda la fuerza y el peso de su cuerpo.

Después pasó a otras manos que lo cuidaron mucho mejor. Nunca le faltó agua ni comida, pero siempre con una gruesa cadena atada a la pata. Le enseñaron pruebas y lo premiaron cada vez que aprendía a repetirlas. Y cada vez que aprendía también iba aprendiendo que ahora debía vivir con los hombres.

Entonces lo llevaron al circo con otros animales y con otros elefantes. Durante muchos años siguió aprendiendo y olvidando, hasta que un día casi estuvo convencido de haber nacido en el circo y de que ése era el mundo de los elefantes.

Ya no tenía la gruesa cadena atada a la pata. Pero había otra cadena, invisible, que lo dejaba atado al lado de los hombres. Y tal vez era más difícil de romper que una cadena de hierro.

Recorrió grandes ciudades, y ahora, al sentir el olor de los árboles, del bosque, al ver volar tantos pájaros, fue como un golpe, casi como el pequeño golpe que sintiera cuando un dardo se le clavó una tarde lejana porque no huyó de los cazadores. No estaba dispuesto a escapar de esos seres tan débiles.

Fue así, como un pequeño golpe. Y se le vino encima toda la memoria.

Esa noche, cansados, todos en el circo se durmieron temprano. Pero el elefante no. Despertó a la elefanta y le contó sus planes.

Ella dijo primero que no, que estaba loco, que qué iban a hacer en un mundo desconocido, que aquí nunca les faltaba comida, que todas las noches los aplaudían a rabiar, que quién sabe lo que les esperaba afuera de la carpa...

—Claro que quiero irme. Y ya mismo —dijo finalmente la elefanta.

—¿Qué vamos a hacer? —dudó ahora el elefante.

—No sé. Pero si allá afuera hay árboles y hay un río y hay una selva, ése es nuestro lugar.

—¡Aquí estamos seguros!

—Pero no tenemos aire libre.

—¿Entonces querés irte?

—Elefante, ¿qué estás pensando? Este es el mejor momento para salir de aquí. Después veremos —dijo convencida la elefanta.

Y se fueron...

Caminaron sin hacer ruido, y se alejaron lentamente del circo. Siguieron por las calles dormidas de la ciudad y sin mirar atrás llegaron a los primeros árboles. Arrancaron con la trompa un manojo de hojas frescas y sintieron que eso se parecía a la felicidad.

—Ahora podemos descansar un rato —dijo la elefanta.

—No, todavía no —dijo el elefante—. Mañana van a salir a buscarnos.

—¿Nos encontrarán?

—Si nos alejamos mucho, no. tenemos que meternos en el monte, lejos de los caminos. Nos van a buscar por los caminos.

Y se internaron en el monte, y caminaron sin descansar, abriéndose paso entre la maleza. Días y noches caminaron, encontrando cada vez más árboles y árboles cada vez más grandes.

Y encontraron espacios abiertos para correr y largas noches bajo las estrellas. Descubrieron el canto de los pájaros y el sonido del viento. Vieron volar las bandadas de garzas blancas y se quedaron quietos escuchando el griterío de las cotorras. Probaron distintos pastos y las hojas de distintos árboles, y fueron descubriendo sabores dulces y amargos y fueron eligiendo porque tenían para elegir.

En la laguna vieron rastros de toda clase de animales y jugaron echándose agua con la trompa. Y sintieron el calor del sol y la frescura de la sombra. Caminaron. Y cada noche sentían que estaban un poco más cerca.

Y vino un olor a tierra mojada y los elefantes se quedaron inmóviles, recordando. Sabían que ahora vendría una de las cosas más hermosas. Llegaría la lluvia. Esperaron la lluvia. Esperaron la lluvia con las trompas levantadas, lanzando el enorme grito de los elefantes. El agua comenzó a caer y sentían que los lavaba y refrescaba, que les sacaba el recuerdo de las jaulas y de las cadenas y gritaron de nuevo. Hasta cansarse de gritar. Hasta que se acabó la lluvia. Eran nuevos elefantes.

Cada vez que escuchaban algún ruido se quedaban quietos. Sentían demasiado el olor de los hombres todavía. Tenían que llegar más lejos.

¿Dónde quedaba ese lugar más lejos?

Siguieron caminando.

Nadie sabe si fue el instinto y la inteligencia de los elefantes, o si fue simplemente el azar. Pero lo cierto es que se encaminaron hacia un lugar de monte impenetrable lejos de las ciudades y del hombre.

Y ahí se quedaron, en el monte chaqueño. Nadie volvió a verlos nunca. Nunca intentaron volver.

El señor Modigliani de Sergio Martínez

EL SEÑOR MODIGLIANI es un hombre de mediana edad. Quizás por eso, siempre entendía la mitad de lo que le decían. Entendía solo la mitad de lo que le sugerían o invitaban. Tenia deseos de clase media y alentaba a un equipo de futbol pero solo iba a verlo en el primer semestre del calendario.
Fingía prestar atención, se distraía casi siempre a la mitad de lo que le decían, para después echarles en cara, a los que llegaban a un acuerdo, que él no había entendido bien, que no sabía de que se trataba, se ponía siempre en victima, pues de todo, entendía la mitad. Lo medio que entendía era la que le convenía a él y lo que no entendía era la que le convenía al otro. Esta simple estrategia lo llevó a ser una de las máximas autoridades en el ministerio de planos y planimetrías con el cargo de subsiguiente interino. Entendía la mitad del amanecer los naranjas o los celestes. La mitad de un libro y la otra parte solo la leía. Se perdía de entender un porcentaje de la obra de Van Gogh si es que un artista puede ser medido en porcentajes. Un colibrí era imposible de entender para él, era tanta totalidad el pajarillo, que se le hacía imposible dividirlo. La belleza es poco divisible, debo aclarar para respetar algunas verdades extraídas de la sabiduría que habita la esquina de mi barrio. Un día, hacia la media tarde el señor Modigliani se encontró, con aquella hermosa portadora de la palabra y las intenciones... se llamaba Jazmín... no se podía saber bien que parte de ella era flor, cual mujer . Que era blancura... que era el blanco absoluto de su piel. Hasta donde empezaba la mujer...donde terminaba el poema. Había que entender su absoluto...ella vivía su maravillosa integridad, completa casi siempre. Ella era palabra y entendía los infinitos significados, conocía la importancia de los desiertos y del otoño. El destino de los azules vientos y salvaje verde que esconde la semilla. Cuando conoció al señor Modigliani...la señorita Jazmín, le mostró su versión total del mundo y le ofreció un universo pero él solo entendió la mitad de todo lo que ella le sugería. De la historia entendió la edad media, de la jornada solo el medio día y el almuerzo En lugar del planeta entero solo entendió su propio hemisferio derecho y la mitad de su vida se la paso tratando que esta mitad le sirviera para no necesitar la otra. En cambio ella... le venían bien todos los horizontes, los propios y los ajenos, su viaje iba por el sendero de avanzar, conociendo el ser en el ser, de alma en alma entendiendo amores y odios que son las dos mitades de la pasión.
Los silencios, las palabras que juntos conforman el amor. El equilibrio y descalabro que habitan en casi todos sentimientos. Y las dos proporciones exactas que dan la felicidad, cuando es tiempo y es cariño. El señor Modigliani no sabia que mitad elegir de la señorita Jazmín, su belleza o tal vez la profundidad de su mirada. Eso lo tenía medio confundido
En cambio para ella fue muy fácil darse cuenta que no podría amar a aquel, obtuso plano que era el señor Modigliani, dejarlo seguir solo su seco camino, ya que el no era un misterio, le faltaba lo imperfecto. Si del señor Modigliani,
había que elegir una sola parte, solo lo bueno de el, y la señorita Jazmín, podia observar lo que le faltaba. Prefirió esa muchacha vivir un amor pequeño pero pleno. Tal como comentó alguna vez otro poeta de esquina, el amor es mitad admiración y la joven esa parte no la tenia , aunque la perfección de la estrategia de supervivencia del Señor Modigliani le llamara la atención un poco, comprendía desde el origen del encuentro que no funcionaría. A ella se le sugería la vida completa, en lugar de estar al medio en todo de ese señor y su tan ilustre apellido por parte de padre, o sea la mitad de sus origen ..el señor Modigliani...su vida a la mitad ..Jazmín la indivisible, la diversa mujer y su amor de todos los colores. Otro amor que no pudo ser... entre las cuadras de mi barrio y su infinito tiempo.




Poema "Como tú" de Roque Dalton García

 
Roque Dalton García fue un escritor y periodista nacido en San Salvador el 14 de mayo del año 1935 y fallecido en la misma ciudad el 10 de mayo de 1975. En su juventud se trasladó a la capital de Chile, donde comenzó a estudiar Derecho, carrera que completó más tarde, en su tierra natal. A los veintidós años de edad viajó a Rusia, donde participó de un festival internacional dedicado a los jóvenes, y allí se encontró con muchas personas que más tarde se convertirían en grandes figuras a nivel mundial, tanto en el ámbito de las letras como en el de la política. Se lo considera como una de las figuras esenciales de la Generación Comprometida, que surgió en El Salvador en los años 50 y promovió el interés por la historia de su país, así como un cambio en la estética de su literatura.
Entre sus libros encontramos los poemarios "El turno del ofendido", "El mar. Variaciones" y "Taberna y otros lugares" (un interesante recuento en verso de sus experiencias en Polonia), y la novela "Pobrecito poeta que era yo...".

Cuento Navideño para adultos


                                                                                                                              
 Los Reyes Magos, según mis padres Rodríguez Criado,  Francisco

Mi padre, que quería hacerse perdonar después de no sé qué lío con su secretaria, nos invitó a toda la familia, durante las vacaciones de Semana Santa, a hacer un viaje por Egipto, donde visitamos, entre otras maravillas, las pirámides de Giza, el Valle de los Reyes y la necrópolis de Dahshur.

 

Y eso fue un error por su parte, enseñarnos Egipto (mi madre diría que también lo del dichoso lío con la secretaria), porque allí descubrimos en toda su dimensión a los impresionantes camellos (llegamos a montar en un par de ellos). Así que después de ver tan cerca a estos mamíferos, a los cuales, por cierto, ya habíamos estudiado en el cole, me resultó de lo más sospechoso que mis padres nos alentaran en la noche del 5 de enero a mi hermana Rosa y a mí a que nos acostáramos pronto en previsión de que el rey Baltasar nos iba a visitar de madrugada, a lomos de su camello, para dejarnos valiosos regalos traídos desde Oriente.

A mi hermana, que solo tenía cuatro años, le hizo mucha ilusión la noticia, pero a mis nueve años ya había cosas que me costaba creer. Así que me dormí sin concederle demasiada importancia al asunto. Al levantarnos íbamos a tener regalos en el comedor. Estupendo, pues. No era relevante quién se iba a encargar de traerlos, y menos aún si venían de Oriente o de algún centro comercial…

 

Pero no iba a ser tan sencillo: en plena madrugada unos gritos atronadores que procedían del vestíbulo nos despertaron a mi hermana y a mí. Resulta que el camello se había quedado atascado en el quicio de la puerta y tanto él como el rey Baltasar no dejaban de soltar alaridos, con el consiguiente cabreo del resto de los vecinos, que subieron muy enfadados hasta nuestro piso para saber qué demonios estaba ocurriendo.

 

Y así estuvimos, durante al menos un par de horas, completamente desquiciados, con los bomberos tratando de desatascar al sufrido animal bajo la atenta mirada de un grupo numeroso de curiosos que no paraban de hacer preguntas. Mi madre, tan servicial, se mostraba apenada de que nuestros visitantes ni siquiera hubieran podido degustar la mandarina, el turrón y el vaso de leche que había dejado para ellos en la mesita del salón. Por otra parte, un agente de Inmigración le preguntó de malos modos al rey Baltasar si tenía los papeles, y otro del SEPRONA no paraba de pedirle las vacunas del camello y el chip de identificación. “¿O es que se cree que uno puede desplazarse en camello sin tener todos los trámites en regla?”.

Y como todos discutían por detalles nimios, pero nadie se extrañó de que un rey negro venido de Oriente y un camello de notables dimensiones tratasen de colarse en plena madrugada en un decimotercer piso del madrileño barrio de Chamberí, llegué a la conclusión de que no tenía sentido que yo fuera tan escéptico con las narraciones familiares. Decidí que a partir de ese momento confiaría más en lo que me contasen mis padres, pues no eran tan fabuladores como yo había pensado, y de paso me comprometí a transmitirle a Rosa ese espíritu navideño alimentado por la inocencia.

 

Tanto es así, que durante algún tiempo mi pequeña hermana siguió creyendo que los Reyes Magos proceden de Oriente, los niños vienen de París, y mi padre y la secretaria tan solo eran buenos amigos.

 

Francisco Rodríguez Criado es escritor y corrector de estilo.

La jaula de Javier Villafañe

CUENTO: "LA JAULA" DE JAVIER VILLAFAÑE La jaula Nació con cara de pájaro. Tenía ojos de pájaro, nariz de pájaro. la madre, c...