martes, 25 de junio de 2019

Presentación de junio




Invasión de letras

Invasión de Letras
Herminia Solimando era bibliotecaria en la escuela número 13. Ella amaba los libros. Los amaba tanto que cada media hora los ordenaba. Cuando los acomodaba por autor,decía:
–¡Uh, esto no queda bien, uno alto pegadito a uno bajo, uno flaquito apretujado entre dos colecciones de tapas duras! ¡Así no me gusta!
Entonces los reacomodaba por altura, pero se presentaba otro problema:
–¿Qué hace mi querido amigo “Historia del S.XX” viviendo junto al práctico señor “Aprenda a Arreglar Electrodomésticos”, que a su vez es vecino de este muchacho que tanto le gusta el agua: “La Vida Marina”? -se preguntaba preocupada Herminia.
Entonces otra vez los ordenaba por color o por fecha de edición, por tipo de tapa o por cantidad de páginas. Mientras los ubicaba por vigésima vez les pasaba el plumero y prestaba atención que ninguno quedara apretado, tampoco inclinado o acostado.
Cuando los niños iban a la biblioteca tenían que leer muchos carteles:
“No acercarse más de tres baldosas a los libros.”
“Si desea un libro debe pedirlo con veintinueve días de anticipación y tener toda la documentación en regla.”
“Para saber qué necesita para ser usuario tiene que consultar carpeta de formularios, folio 533 al 1551.”
Los alumnos observaban los libros con deseos de hojearlos, pero Herminia miraba las manos de los niños y se quedaban inmóviles como los libros en los estantes. 
Aunque en realidad los chicos comentaban que los libros se movían, pero nadie les creía. El comentario se confirmó cuando fueron el lunes a la biblioteca y, mientras la señorita Solimando inspeccionaba las manos de los niños, un alado ejemplar llamado “Coloridos Cantos de Pájaros”, se inclinó quedando medio cuerpo fuera de la estantería y empujó al señor Diccionario que con gusto caminó un pasito hacia adelante y tocó un libro de “Artes Marciales para Marsupiales”, que dio un giro en el aire y cayó en la cabeza de la señorita Herminia. La bibliotecaria sufrió un leve mareo y, al recuperarse, miró horrorizada la estantería donde todos los libros estaban fuera de lugar, incluso algunos descansaban en el piso.
–¡Esto es un caos! -gritaba Herminia mientras se tiraba de los pelos.
Los chicos no pudieron explicar que no tenían nada que ver con la situación de “caos” y fueron suspendidos de la biblioteca por un mes, por ese motivo no hay testigos de los hechos que se desarrollaron a partir de ese día:
Herminia Solimando se retiró de su trabajo a las 17 horas, cerró la biblioteca con llave, pasador y trancas. Antes se aseguró que cada libro estuviera en su lugar ordenado según el alfabeto, pero empezando por la z.
Cuando los libros se quedaron solos tomó la palabra el señor Diccionario que tenía mucha autoridad entre sus compañeros. Con voz ronca sacó de sus páginas un vocablo:
–Hastío.
Su primo, el Diccionario de Sinónimos, no tardó en responderle:
–Aburrimiento, cansancio, disgusto, fastidio, molestia.
– ¡Todo eso es lo que siento! -interrumpió un bello libro de poemas- mi destino está en los labios de los enamorados, los soñadores, los bohemios…
– ¡Y el mío en los laboratorios -dijo un ejemplar con cara de célula y orejas de tubos de ensayo
– ¡Yo quiero que mis letras las reproduzcan en teatros callejeros -acotó el libro “Obras de ayer y de siempre para todos los gustos y para toda la gente”- con su doble cara dramática y cómica.
– Mis páginas quieren esconderse dentro de las guitarras -agregó la “Antología de Canciones Populares”.
Los libros deseaban salir a conocer amigos, así fue que más de mil escaparon por la ventana. El viento los ayudó soplando en un primer momento del Sur y al segundo del Este, después fue viento Norte y no se olvidó de soplar desde el Oeste. Se repartieron los poemas, las historias y las idea por todos lados y direcciones. Los libros fueron techitos y sombreros,escaleras, puentes, alimentos, sueños, despertadores…
La ciudad y el campo se desperezaban cuando los libros se acomodaron en el mismo sitio que la señorita Herminia los había dejado. Cuando las Sherlock Holmes de las bibliotecarias llegó, enseguida notó que algo había sucedido:
– ¿Y esta oreja doblada? ¡Ooohhh! (se espantó Herminia ante un lomo encorvado), ¡Aaahhh! (gritó ante un lomo achatado).
Herminia se detuvo frente a “Historia Única: un pez sabe música”. El cuerpo del libro parecía un bandoneón. Herminia lo tocó y escaparon sonidos que invitaban a bailar, pero a ella la hicieron llorar. Tanto lloró que las lágrimas se deslizaron por los pasillos de la escuela, entraron a las aulas y los chicos tuvieron que terminar la clase del día sentados en los bancos, parados en los picaportes y colgados de las lámparas.
Un batallón de porteros, bomberos y vecinos con sus secadores (de piso y de pelo), trapos y trapitos, no podían detener tantas lágrimas. Las tablas de multiplicar, las acuarelas, las pulseras de la señora directora, las uñas postizas de la señorita de cuarto grado… ¡todo flotaba en la escuela! 
Los libros estaban sequitos porque -antes de mostrar su sufrimiento- Herminia se encargó de protegerlos. Para que los libros no se desacomodaran en su ausencia, la bibliotecaria llamó a una ferretería e hizo un encargue de varios camiones cargados de cadenas y candados, uno para cada libro. Así quedaron los libros encadenados.

Herminia dormía en su casa y el plumero descansaba en un rincón de la biblioteca, cuando doña Democracia dijo:
– No nos pueden impedir que expresemos lo que cada uno tiene en su interior.
– Estoy de acuerdo, de qué me sirve saber tanto de derechos y garantías si no se lo puedo contar a nadie -dijo la Constitución.
Y así se armó una Asamblea de Libros con la consigna:“El derecho a ser leído y no caer en el olvido”. Se acordó por voto unánime que, aunque estuvieran atados, iban a liberar lo más valioso que tenían y que estaba intacto en el interior de cada uno. Así fue como las letras se desprendieron de las hojas. Las salas de espera de los hospitales, las almohadas, la mesa familiar, los bancos de las plazas y los trenes fueron invadidos por letras. Una invasión de letras que se tomaron de las manos e hicieron rondas de palabras, corazones de poesías, danzas de cuentos, olas de conocimientos, paisajes de historias. Había banderas, carteles luminosos y voces en las plazas que con letras adornadas repetían:
Liberada una historia
no hay candado que pueda sujetarla,
si la abrazás y la guardás en tu cabeza
no hay nadie que pueda apresarla.
Mientras las palabras se reproducían, Herminia llegó a la biblioteca y sintió alivio de encontrar todo en su lugar. Comenzó su rutina de limpiar los libros y volverlos a acomodar una y otra vez: por año de edición, por el grosor del papel o lugar de nacimiento del autor. Nunca se enteró que no cuidaba libros, sino hojas y tapas de cartón.

 Ana Gracia/Tihada 

viernes, 14 de junio de 2019

Las hojas no se caen

“Las hojas no caen,
se desprenden en un gesto supremo de generosidad
y profundo de sabiduría:
la hoja que no se aferra a la rama
y se lanza al vacío del aire
sabe del latido profundo de una vida
que está siempre en movimiento
y en actitud de renovación.
La hoja que se suelta comprende y acepta
que el espacio vacío dejado por ella
es la matriz generosa que albergará el brote de una nueva hoja.
(…) Cada hoja al aire
me está susurrando al oído del alma
¡suéltate!, ¡entrégate!, ¡abandónate! y ¡confía!.
(…) Reconozco y confieso públicamente,
ante este público de hojas moviéndose
al compás del aire de la mañana,
que soy un árbol al que le cuesta soltar muchas de sus hojas.
Tengo miedo ante la incertidumbre del nuevo brote.
Me siento tan cómodo y seguro con estas hojas predecibles,
con estos hábitos perennes,
con estas conductas fijadas,
con estos pensamientos arraigados,
con este entorno ya conocido…
Quiero, en este tiempo, sumarme a esa sabiduría,
generosidad y belleza de las hojas que “se dejan caer”.
Quiero lanzarme a este abismo otoñal
que me sumerge en un auténtico espacio de fe,
confianza, esplendidez y donación.
Sé que cuando soy yo quien se suelta,
desde su propia consciencia y libertad,
el desprenderse de la rama es mucho menos doloroso
y más hermoso.” 
Texto de José María Toro, extraído del libro «La Sabiduría de Vivir»Ver las imágenes de origen

13 de Junio - Día del escritor

Para celebrarlo, un texto de Leila Guerriero

Hay que amasar el pan. Hay que amasar el pan con brío, con indiferencia, con ira, con ambición, pensando en otra cosa. Hay que amasar el pan en días fríos y en días de verano, con sol, con humedad, con lluvia helada. Hay que amasar el pan sin ganas de amasar el pan. Hay que amasar el pan con las manos, con la punta de los dedos, con los antebrazos, con los hombros, con fuerza y con debilidad y con resfrío. Hay que amasar el pan con rencor, con tristeza, con recuerdos, con el corazón hecho pedazos, con los muertos. Hay que amasar el pan pensando en lo que se va a hacer después. Hay que amasar el pan como si no fuera a hacerse nada, nunca más, después. Hay que amasar el pan con harina, con agua, con sal, con levadura, con manteca, con sésamo, con amapola. Hay que amasar el pan con valor, con receta, con improvisación, con dudas. Con la certeza de que va a fallar. Con la certeza de que saldrá bien. Hay que amasar el pan con pánico a no poder hacerlo nunca más, a que se queme, a que salga crudo, a que no le guste a nadie. Hay que amasar el pan todas las semanas, de todos los meses, de todos los años, sin pensar que habrá que amasar el pan todas las semanas de todos los meses de todos los años: hay que amasar el pan como si fuera la primera vez. Habrá que amasar el pan cuando ella se muera, hubo que amasar el pan cuando ella se murió, hay que amasar el pan antes de partir de viaje, y al regreso, y durante el viaje hay que pensar en amasar el pan: en amasar el pan cuando se vuelva a casa. Hay que amasar el pan con cansancio, por cansancio, contra el cansancio. Hay que amasar el pan sin humildad, con empeño, con odio, con desprecio, con ferocidad, con saña. Como si todo estuviera al fin por acabarse. Como si todo estuviera al fin por empezar. Hay que amasar el pan para vivir, porque se vive, para seguir viviendo. Escribir. Amasar el pan. No hay diferencia

Encuentro de narración, música y danza



lunes, 3 de junio de 2019

Un cuento de Jairo Aníbal Niño

 LOS DONES

Un día nació una brujita y, como ocurre en esos casos, acudieron a verla sus hadas madrinas para hacerle entrega de sus dones.

- ¿Qué gracia le concedemos a esta brujita recién nacida? - preguntó una de ellas.

- El don de hacerse invisible - sugirió un hada de rostro alunado.

- Creo que sería más útil para ella si fuera dotada de la habilidad para preparar filtros de amor - sugirió otra de talle de avispa.

- Yo soy de la opinión de que lo que más le conviene es la gracia de adivinar el pensamiento - dijo un hada que lucía en sus dedos anillos de hielo.

- Insisto en que lo más aconsejable es que adquiera la gracia de hacerse invisible - afirmó el hada de la faz de luna.

Mamá bruja se acercó a las hadas y tímidamente dijo:

- Yo deseo que a mi hija le concedan la gracia de volar.

- ¿Reclamas para tu hija el don del vuelo? - preguntaron al unísono las hadas.

- Sí. Cuando la llevaba en mi vientre, en vez de pataditas daba aletazos. Por lo tanto, estoy segura de que volar es su mayor anhelo.

- Sea - dijeron en coro las hadas.

A la brujita le concedieron la gracia del vuelo.

Años más tarde y no sin esfuerzos, la brujita llegó a ser la comandante de un bellísimo avión Boeing 767.

La jaula de Javier Villafañe

CUENTO: "LA JAULA" DE JAVIER VILLAFAÑE La jaula Nació con cara de pájaro. Tenía ojos de pájaro, nariz de pájaro. la madre, c...