viernes, 25 de enero de 2019

La Biblioteca

La biblioteca  
El aire es allí diferente.
Está erizado todo por una corriente
Que no viene de este o aquel texto,
Sino que los enlaza a todos
Como un círculo mágico.
El silencio es allí diferente.
Todo el amor reunido, todo el miedo reunido,
Todo el pensar reunido, casi toda la muerte,
Casi toda la vida y además todo el sueño
Que pudo despejarse del árbol de la noche.
Y el sonido es allí diferente.
Hay que aprender a oírlo
Como se oye una música sin ningún instrumento,
Algo que se desliza entre las hojas,
Las imágenes, la escritura y el blanco.
Pero más allá de la memoria y los signos que la imitan,
Más allá de  los fantasmas y los Ángeles que copian la memoria
Y desdibujan los contornos del tiempo,
Que además carece de dibujo,
La biblioteca es el lugar que espera.
Tal vez sea la espera de todos los hombres,
porque también los hombres son allí diferentes.
O tal vez sea la espera de que todo lo escrito
Vuelva nuevamente a escribirse,
Pero de alguna otra forma, en algún otro mundo,
Por alguien parecido a los hombres,
Cuando los hombres ya no existan.
O tal vez sea tan solo la espera
De que todos los libros se abran de repente,
Como una metafísica consigna,
Para que se haga de golpe la suma de toda la lectura,
Ese encuentro mayor que quizá salve al hombre.
Pero, sobre todo, la biblioteca es una espera
Que va más allá de letra,
Más allá del abismo.
La espera concentrada de acabar con la espera,
De ser más que la espera,
De ser más que los libros,
De ser más que la muerte.
                                                         Juarroz,  Roberto.
                                                                          
 

Narración febrero 2019





Cuento para vos



viernes, 4 de enero de 2019

Los hijos olvidarán

El tiempo es un animal extraño. Se parece a un gato, hace lo que le da la gana. Te mira astuto e indiferente, se marcha cuando le suplicas que se quede y se queda inmóvil cuando le pides por favor que se vaya. A veces te muerde mientras ronronea o te araña mientras te besa.
El tiempo, poco a poco, me liberará de la extenuante fatiga de tener hijos pequeños. De las noches sin dormir y de los días sin reposo.
De las manos gorditas que sin parar me agarran, me escalan por mi espalda, me cogen, me rebuscan sin restricciones ni vacilaciones. Del peso que llena mis brazos y dobla mi espalda. De las voces que me llaman y no permiten retrasos, esperas, ni vacilaciones.
El tiempo me devolverá el ocio vacío de los domingos y las llamadas sin interrupciones, el privilegio y el miedo a la soledad. Aligerará, tal vez, el peso de la responsabilidad que a veces me oprime el diafragma.
El tiempo, sin embargo, inexorablemente enfriará otra vez mi cama, que ahora está cálida de cuerpos pequeños y respiros rápidos. Vaciará los ojos de mis hijos, que ahora desbordan un amor poderoso e incontenible.
Quitará desde sus labios mi nombre gritado y cantado, llorado y pronunciado cien, mil veces al día. Cancelerá, poco a poco o de repente, la familiaridad de su piel con la mía, la confianza absoluta que nos hace un cuerpo único. Con el mismo olor, acostumbrados a mezclar nuestros estados de ánimo, el espacio, el aire que respiramos.
Llegarán a separarnos para siempre el pudor, la verguenza y el prejuicio. La conciencia adulta de nuestras diferiencias.
Como un río que excava su cauce, el tiempo peligrará la confianza que sus ojos tienen ante mí, como ser omnipotente. Capaz de parar el viento y calmar el mar. Arreglar lo inarreglable y sanar lo insanable.
Dejarán de pedirme ayuda, porque ya no creerán que yo pueda en ningún caso salvarlos.
Pararán de imitarme, porque no querrán parecerse demasiado a mí. Dejarán de preferir mi compañía respecto a la de los demás ( ¡y ojo, esto tiene que suceder! ).
Se difuminarán las pasiones, las rabietas y los celos, el amor y el miedo. Se apagarán los ecos de las risas y de las canciones, las nanas y los «Había una vez» acabarán de resonar en la oscuridad.
Con el pasar del tiempo, mis hijos descubrirán que tengo muchos defectos y, si tengo suerte, me perdonarán alguno.
Sabio y cínico, el tiempo traerá consigo el olvido.
Olvidarán, aunque yo no lo haré. Las cosquillas y los «corre-corre» , los besos en los párpados y los llantos que de repente paran con un abrazo. Los viajes y los juegos, las caminatas y la fiebre alta. Los bailes, las tartas, las caricias mientras nos dormimos despacio.
Mis hijos olvidarán que los he amamantado, mecidos durante horas, llevado en brazos y de la mano. Que les he dado de comer y consolado, levantado después de cien caídas. Olvidarán que han dormido sobre mi pecho de día y de noche, que hubo un tiempo en que me han necesitado tanto como el aire que respiran.
Olvidarán, porque esto es lo que hacen los hijos, porque esto es lo que el tiempo elige.
Y yo, yo tendré que aprender a recordarlo todo también para ellos, con ternura y sin arrepentimiento, ¡gratuitamente!, y que el tiempo, astuto e indiferente, sea amable con esta madre que no quiere olvidar.
Amore
unamammagreen.com
Traducción: Laura Caldorola

Las palabras misteriosas





-¡Una MAMIPOSA!- gritó Agustín y nadie en la casa entendió.

Al rato, pasó por allí el tío José. Venía muy apurado. Les dio un beso a los chicos. Se fue murmurando algo extraño:
PAPIROSA, PAPIROSA…

A Lucía eso le llamó la atención. ¿Qué nombrarían? Fue a la biblioteca. Sacó del estante un libro azul, grande, gordo…Su mamá le había dicho que se llamaba diccionario. En él podría encontrar a todas las palabras.

Buscó la M. Recorrió las páginas con esa letra… ¡MAMIPOSA no estaba!

Luego siguió con la P. Ocurrió lo mismo. PAPIROSA tampoco aparecía … ¿Cómo sabría, entonces, qué habían querido decir su hermanito y el tío José?

Tomó el celular y llamó a su abuela. Ella le comentó que tampoco conocía esas palabras. Consultarían a una amiga suya, bruja muy lectora que vivía cerca de su casa, allá por las plazoletas con palmeras.

La bruja jamás había escuchado eso de MAMIPOSA o PAPIROSA, pero conocía a Córcholis, la lechuza sabia de la laguna.

Al día siguiente, cuando saliese a caminar, le preguntaría sobre el tema. Debía madrugar mucho. Córcholis se iba a dormir al amanecer. No le gustaba que llamasen a su puerta si recién acababa de acostarse…

“Tercer ceibo a la derecha, a la orilla del juncal”, recordó la bruja, buscando el agujero oscuro donde vivía la lechuza. El sol todavía estaba lejos cuando comenzó la caminata. Por fortuna, Córcholis venía llegando, abrazada a su guitarra y tarareando una milonga.

-¿MAMIPOSA , PAPIROSA?¡Qué cosa tan misteriosa!- exclamó la lechuza. Sin dudar, se fue a buscar su libro de conjuros.

Tenía mucho sueño, pero valía la pena averiguar el asunto…

MAMIPOSA o PAPIROSA, nada raro para la gente curiosa- dijo al salir de la cueva. Traía una hoja amarillenta escrita en lechucés, su idioma especial.

-¿Qué debemos hacer, Córcholis?-preguntó la bruja – ¿Cómo puede Lucía descubrir este misterio?

-¡Ah……..! Cosas…

-¿Maravillosas? ¿Horrorosas? ¿Espantosas? ¿Asombrosas?- dudó la caminante.

- Cosas… Cosas…, nada más- la tranquilizó la lechuza.

Luego, le habló al oído, explicando lo que decía la hoja amarillenta, le dio una bolsita dorada, le palmeó el hombro… ¡Y se fue a dormir!

La bruja sacó del bolsillo su celu-murciélago. Se comunicó con la abuela de Lucía. Le pasó las instrucciones para resolver el caso. Volvió a su casa y se puso a rallar remolachas y zanahorias… (Preparaba un hechizo para su marido, el brujo viejo que se volvió conejo).Esa tarde, todo quedaría aclarado.

Cuando llegó el ómnibus rojo y amarillo, bajaron de él la tía Marisol y Lucía. Subieron a un auto plateado. Dieron tres vueltas a la plaza principal del pueblo. Se fueron a la casa de la abuela.

Allí, prepararon el mate. También recortaron letras grandes de una revista. Las pegaron sobre trozos de cartulina. Al mate, le pusieron yerba y el polvito especial de la bolsa dorada que les había dado Córcholis, diciendo: -“POLVITO PARA IMAGINAR, POLVITO PARA SOÑAR, PALABRITAS PARA ARMAR”…

¿Descubrirían así el misterio de las palabras extrañas?

Poco después, luego de tomar cada una tres mates amargos, repitieron tres veces

-“MAMIPAPI-POSAROSA
MAMIPOSA, PAPIROSA
MAMIPOSA, PAPIROSA
MAMIPAPI-POSAROSA”.

A continuación, mezclaron las letras sobre la mesa como haciendo un revuelto…

También, se pusieron cada una, una flor en el pelo, a continuación de ¡Snif! ¡Snif! ¡Snif!; olerla tres veces frunciendo la nariz…

¡La magia resultó! Desde la ventana, entró un aire de colores, como un arco iris volador. Sopló sobre la mesa. Al instante, Lucía formó una palabra muy conocida:

MARIPOSA

¡Fin del misterio!



FIN

miércoles, 2 de enero de 2019

Promesas de poetas



Si elegimos las palabras
y sembramos en miradas,                                  
si labrando en los silencios
cultivamos estallidos,
si nutrimos esperanzas
con deseos,                                                    



te presagio …
que transites por sendas saludables,
que tu corazón recorra pacíficos caminos,
que los sueños se te acerquen
por rutas infinitas,
que disfrutes, hasta el borde,
profusas noches luminosas,
que no sientas el cansancio                             
por caminos escarpados,
que encuentres, sin buscarlos,
muchos cielos impensables;
que descubras en el viaje
una calle agradable y simple
donde quieras... detenerte.

Y cuando cruces,
muchas veces,
una misma esquina,
te prometo…
¡será siempre diferente!
                                Nora Coria (de "GiraPoema 2011")

Poema de Gloria Fuertes

Escribo
Escribo sin modelo
a lo que salga,
escribo de memoria
de repente,
escribo sobre mi,
sobre la gente,
como un trágico juego
sin cartas solitario,
barajo los colores
los amores,
las urbanas personas
las violentas palabras
y en vez de echarme al odio
o a la calle,
escribo a lo que salga.

Cuando una mujer teje

Cuando una mujer teje, teje sus sueños.
Cuando una mujer teje, teje con su madre, con su abuela, con sus ancestros entre los dedos.
Cuando una mujer teje, teje el futuro, los rostros que no conoce, las formas que no ha visto.
Cuando una mujer teje, crea una idea, brota una ilusión, nace una mirada.
Cuando una mujer teje, sabe de otras, las que mira, las que ve, las que no conoce.
Cuando una mujer teje es el colmo de la certeza...presiente a quien posará sus dedos sobre las lanas.
Cuando una mujer teje es una niña, jugando a imaginar lo bello de las tramas...

Leer según la mirada de Graciela Montes

“Leer es, en un sentido amplio, develar un secreto. El secreto puede estar cifrado en imágenes, en palabras, en trozos privilegiados de ese continuum que llamamos “realidad”. Se lee cuando se develan los signos, los símbolos, los indicios. Cuando se alcanza el sentido, que no está hecho sólo de la suma de los significados de los signos sino que los engloba y los trasciende. El que lee llega al secreto cuando el texto le dice. Y el texto, si le dice, entonces lo modifica. El lector entra en relación con el texto. Es él el que le hace decir al texto, y el texto le dice a él, exclusivamente. Lector y texto se construyen uno al otro. Jugar, escribir y leer tienen, parece, algunas cosas en común. (…) El texto que está ahí para el primer desciframiento (misterio inicial). El texto (descifrado) que dice. Y el texto (por fin leído) que nos dice. que entra en diálogo con lo que somos y, por lo tanto, nos modifica” (Montes, 2001: 83).
Graciela Montes a través de los escritos que componen La frontera indómita convoca a pensar cuestiones vinculadas a la construcción y defensa del espacio poético; un espacio en el que la autora  percibe las regiones más vitalmente importantes de la experiencia humana. Como terapeutas interesadas en el lenguaje su planteo acerca de que “la infancia es, más que un período biológico, un estadio determinado culturalmente” resulta, para muchas, la punta de un muy interesante ovillo. Su descripción acerca de cómo el niño atraviesa “el arduo bosque de la alfabetización” es muy ilustrador:
«Pensemos por un momento en lo que ha sido la lectura en nuestras vidas, sin dejar afuera ni al que somos ni al que fuimos. Incluyamos (…) también al pequeño héroe que está atravesando el arduo bosque de la alfabetización y avanza con una mezcla de audacia y de cautela sobre el renglón escrito, sosteniéndose en el dedo para no caerse en el caos, topándose con letras fáciles y con letras peligrosas, con señales que reconoce de inmediato con una sonrisa y con otras que le envían mensajes confusos, que lo sumen en el desasosiego, pero que por fin –arriesgando a veces una apuesta- termina por conquis.tar, para su gozo. ¿Quién dijo que leer es fácil? ¿Quién dijo que leer es contentura siempre y no riesgo y esfuerzo? Precisamente, porque no es fácil, es que convertirse en lector resulta una conquista. Precisamente, porque no es fácil, es que no es posible convertirse en lector sin la “codicia del texto”»(Ibid.: 84).
Montes, G. (2001). La frontera indómita. México: Fondo de Cultura Económica.

Mujeres


Mario Vargas Llosa. Premio Nobel de Literatura
Todas las flores del desierto están cerca de la luz.

Todas las mujeres bellas son las que yo he visto, las que andan por la calle con abrigos largos y minifaldas, las que huelen a limpio y sonríen cuando las miran. Sin medidas perfectas, sin tacones de vértigo.
Las mujeres más bellas esperan el autobús de mi barrio o se compran bolsos en tiendas de saldo. Se pintan los ojos como les gusta y los labios de carmín.

Las flores del desierto son las mujeres que tienen sonrisas en los ojos, que te acarician las manos cuando estás triste, que pierden las llaves al fondo del abrigo, las que cenan pizza en grupos de amigos y lloran sólo con unos pocos, las que se lavan el pelo y lo secan al viento.

Las bellezas reales
son las que toman cerveza y no miden cuántas patatas han comido, las que se sientan en bancos del parque con bolsas de pipas, las que acarician con ternura a los perros que se acercan a olerlas. Las preciosas damas de chándal de domingo.
Las que huelen a mora y a caramelos de regaliz.

Las mujeres hermosas no salen en revistas, las  hojean en el médico, y esperan al novio, ilusionadas, con vestidos de fresas. Y se ríen libres de los chistes de la tele, y se tragan el fútbol a cambio de un beso.

Las mujeres normales derrochan belleza, no glamour, desgastan las sonrisas mirando a los ojos, y cruzan las piernas y arquean la espalda. 
Salen en las fotos rodeadas de gente sin retoques, riéndose a carcajadas, abrazando a los suyos con la felicidad embotellada de los grandes grupos.

Las mujeres normales son las auténticas bellezas, sin gomas ni lápices.
Las flores del desierto son las que están a tu lado.
Las que te aman y las que amamos.
Sólo hay que saber mirar más allá del tipazo, de los ojazos, de las piernas torneadas, de los pechos de vértigo.
Efímeros adornos, vestigios del tiempo, enemigos de la forma y enemigos del alma.
Vértigo de divas y llanto de princesas.

La verdadera belleza 
está en las arrugas de la felicidad.
EL  ROSTRO ES EL EMPORIO DE LAS ARRUGAS, PERO CADA UNA ES LA MARCA DE HABER VIVIDO A PLENO.


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La jaula de Javier Villafañe

CUENTO: "LA JAULA" DE JAVIER VILLAFAÑE La jaula Nació con cara de pájaro. Tenía ojos de pájaro, nariz de pájaro. la madre, c...