domingo, 9 de diciembre de 2018

El oficio de contar


"Estamos tan hechos para contar historias que en cuanto nos dormimos lo primero que hacemos es empezar a segregarlas"
 
Contar historias y escucharlas no es un lujo intelectual al que se entreguen unas cuantas personas con poco sentido práctico: es una fatalidad genética de la especie. Desde que empieza a tener un cierto dominio del idioma un niño no para de preguntar y de inventar y de exigir que le cuenten y de marearle la cabeza con relatos a quien ande cerca. Queremos algunas veces que nos digan la verdad y otras que nos mientan, y con el mismo empeño miramos a alguien a los ojos y le contamos lo que hemos guardado en secreto durante mucho tiempo, y también miramos con fijeza o apartamos ligeramente la mirada para improvisar una mentira. Contamos con palabras y contamos por señas cuando las palabras nos faltan o cuando creemos que ocultamos algo y nuestros gestos o nuestra entonación nos traicionan. Miramos por casualidad una película o una serie de televisión y aunque no tengamos ningún interés si tardamos unos segundos más en pulsar el mando a distancia ya nos quedamos atrapados por una historia, no porque sea buena o mala, sino porque es una historia, porque nos propone una intriga y nos tienta con el cebo infalible de una solución. Contamos en voz alta y contamos por escrito, y algunos cuentan dibujando imágenes o tomando fotos o haciendo películas, o más primitivamente aún, más despojadamente, arañando un nombre en un tronco de un árbol, en el muro de un templo egipcio, en la pared de una celda, imprimiendo una mano abierta en la arcilla húmeda de una cueva paleolítica o en una de esas losas de cemento de las que están hechas las aceras de Nueva York.
Para que no quedara constancia escrita de los poemas que podían mandarlo a prisión Osip Mandelstam los componía enteros en su cabeza y se los recitaba a su mujer para que ella los aprendiera de memoria. La métrica y la rima facilitan una escritura solo mental. Cuando se iba quedando ciego Borges compuso poemas mucho más medidos y rimados que los de su juventud. En vez de aquellas hojas rayadas de cuaderno escolar en las que escribía con una letra de una pequeñez inverosímil, con una pulcritud de ejercicio caligráfico y de miniatura, Borges ensayaba versos en voz alta y medía las sílabas golpeando suavemente con las yemas de sus dedos blancos de ciego. A Emil Nolde, que se sentía tan cercano a los nazis y sin embargo fue incluido por ellos en la etiqueta infamante del arte degenerado, le prohibieron exponer, y también comprar lienzos, pinceles y óleos: lo que hizo fue pintar acuarelas en láminas de cartulina del tamaño de postales, y la pobreza de medios y la limitación del espacio agregaron una fuerza más concentrada a sus visiones sombrías de horizontes marinos y playas abandonadas. Matisse hizo sus prodigiosos collages cuando la penuria de los años de la ocupación lo dejó sin otros materiales.
Jafar Panahi decidió hacer una película sobre su mismo encierro, sobre la mordaza que le impedía salir de casa y del país y hacer películas
Estamos tan hechos para contar historias que en cuanto nos dormimos lo primero que hacemos es empezar a segregarlas. El yo no es una figura sólida y estable sino un relato en marcha que la mente está contándose siempre a sí misma, una tentativa permanente por otorgar coherencia y continuidad al laberinto simultáneo de las operaciones cerebrales y a la multiplicación alucinante de los estímulos de los sentidos. El juego infantil del cuéntame un cuento recuento que nunca se acabe con pan y pimiento es la traslación poética y rítmica de esa narración incesante. En un solo vagón de metro, entre las conversaciones de la gente y las divagaciones de los solitarios de mirada perdida y las historias de los que se sumergen en un libro, hay más novelas posibles que en toda una biblioteca.
Los sordos hablan tumultuosamente con las manos. Las historias que no les llegan por los ojos los ciegos las urden con el tacto, el olfato, el oído. El que ha perdido el uso del habla por un accidente o un ataque lo recupera poco a poco, palabra por palabra, como el que aprende a caminar de nuevo, con el mismo empeño sin desánimo.
En un momento dado deja caer el guión sobre sus rodillas y hace un gesto de capitulación. Entre decir una película y hacerla hay un abismo irreparable
No callamos ni debajo del agua. No callaríamos ni bajo la tierra. Al cineasta iraní Jafar Panahi lo condenaron en 2009 a seis años de cárcel, a no dirigir películas y a no salir del país durante veinte años. Con la condena en suspenso lo forzaron a quedarse encerrado en su casa, con la amenaza constante de volver a prisión. Cuando lo condenaron, Panahi acababa de someter a la censura un guión sobre la vida de una chica que quiere ir a la universidad a estudiar arte, pero a la que sus padres encierran porque son muy religiosos y les ofenden esas aspiraciones. El permiso de rodaje fue negado. Jafar Panahi no iba a hacer esa película ni ninguna otra. Tenía prohibido salir de su casa. Tenía que quedarse aguardando las noticias probablemente fatídicas que le traerían los abogados.
Entonces decidió hacer una película sobre su mismo encierro, sobre la mordaza que le impedía salir de casa y del país y hacer películas. Sobre la mesa del desayuno puso una cámara digital. Se filmó a sí mismo desayunando y mirando por el balcón hacia la calle que no podía pisar y hablando por teléfono con la abogada que lo mantenía al tanto de sus negras perspectivas penales. Vino a verlo otro amigo cineasta, Mojtaba Mirtahmasb, y le pidió que fuera él quien manejara la cámara. También filmó con la cámara de su iPhone. Filmó a una iguana que anda por su casa con lentitudes de criatura prehistórica y al portero que llama a la puerta para recoger la basura, y a una vecina que quiere dejarle un rato su perro mientras ella sale. Como no podía hacer su película leyó el guión delante de la cámara, se lo contó a su amigo, puso cintas adhesivas en el salón de su casa para delimitar los espacios de las habitaciones en las que vivía encerrada la protagonista de su historia. Describe lo que se vería en cada uno de los planos que no puede rodar: una ventana que da a un callejón, una mujer anciana que se acerca caminando despacio, un hombre joven que la ayuda y que parece que está enamorado de la chica encerrada, pero que tal vez es un agente de la policía secreta… En un momento dado el cineasta deja caer el guión sobre sus rodillas y hace un gesto de capitulación. Entre decir una película y hacerla hay un abismo irreparable.
En las ventanas va atardeciendo, anochece. El amigo se va y la cámara que manejaba queda en marcha sobre la mesa de la cocina. De la calle vienen los ruidos del tráfico y los de los fuegos artificiales de una fiesta de fin de año. Lo que estamos viendo se titula Esto no es una película: no es una broma intelectual, sino un hecho. La última imagen es la calle a oscuras que el cineasta no puede atreverse a pisar. No hay música, casi no hay créditos. El material filmado salió de contrabando de Irán. Proscrito, encerrado, silenciado, de un modo o de otro Jafar Panahi seguirá dedicado al oficio y al vicio de contar.
Esto no es una película (2010), de Jafar Panahi y Mojtaba Mirtahmasb, se estrenará en España el 30 de marzo. http://www.thisisnotafilm.net.
antoniomuñozmolina.es


viernes, 30 de noviembre de 2018

Morir en el shopping



Mientras recorro la capital de Chile observo que las grandes ciudades se asemejan cada vez más entre si. No importa demasiado el país en que se encuentren. Santiago es una más de esas ciudades: bella, moderna, pujante, dinámica. No muy distinta a Buenos Aires.

Es destino elegido por muchos argentinos: el valor de cambio del dólar estadounidense y las políticas económicas chilenas hicieron de Santiago el lugar elegido por miles de compatriotas para “hacer shopping”. El consumista argentino encuentra en los “malls” de Santiago una especie de éxtasis, que le permite ir de la ropa a los electrónicos, regresar con valijas repletas y con el sabor dulce de “comprar barato”.

Ajeno como soy a esos placeres sólo miro. Las pocas veces que entré a un Shopping en Buenos Aires fue para aprovechar el aire fresco de su refrigeración en días de verano porteño. Pero es domingo, estoy en Santiago, frente a la mole del Costanera Center. De todo lo que puede ofrecer ese lugar lo que más me interesa es la vista panorámica de 360º desde los más de trescientos metros de altura del edificio. 



Pienso en ver a Santiago desde el techo mientras camino para ingresar al Costanera. Un retén del cuerpo de Carabineros, con un par de personas desconsoladas desvía mi atención de la altura del mirador. “Parece que una persona se lanzó del quinto piso”, cuenta la moza de un bar próximo. Me siento a mirar desde bar y observo las contradicciones que comienzan a generarse entre una tarde soleada de domingo, las miles de personas que paladean su placer por el consumo y un tipo que decide lanzarse al vacío. Me hace gracia que la moza utilice el verbo “lanzar” para describir un suicidio, pero es correcto su uso.

Los que lloran alrededor de la combi verde oliva y blanca de Carabineros ya no son cinco. Se duplicaron en los últimos treinta minutos. Llegaron otros deudos, que se acercan a las mujeres que ya estaban y al flaquito de jogging gris Adidas. Especulo que el flaquito, más joven que el resto, era quien compartía con el suicida la visita al shopping. Es el más impactado y desconsolado.

Su desconsuelo hace que sienta más pena por él que por el suicida. Al fin de cuentas éste eligió su destino pero el flaquito del jogging gris quedó aquí, vino a pasear y ahora llora abrazado a varias mujeres que tratan de reconfortarlo. El suicida me parece un pobre tipo desesperado, pero también un desconsiderado para con su acompañante, el flaquito de gris.

La escena de familiares acongojados y Carabineros transcurre en la vereda, a pasos del ingreso. Algunos pocos la observamos, la mayoría entra y sale del centro comercial sin más preocupación que sus compras. Ingresan evaluando cómo hacerlas o se marchan cargando bolsas con lo adquirido. El muerto no es un incordio para la tarde de compras. Chico Buarque de Hollanda cantó en “Construcción” la breve historia de un albañil que cae del edificio que construye y termina “entorpeciendo el sábado”. El muerto del Costanera Center no entorpece nada.


El Shopping son seis pisos hacia arriba y un subsuelo, abarrotados de locales de empresas francesas, italianas, inglesas, argentinas y americanas (yo diría norteamericanas o yanquis, pero ellos prefieren ser americanas a secas). No parece haber pobres entre los caminantes que entran y salen de las tiendas, donde se cruzan Carolina Herrera con Arrow, Swarovski con Americanino, o Rapsodia con Swatch. En la página web del Costanera anuncian 320 tiendas de primerísimas marcas de todo el mundo. Un infeliz que se tira del quinto piso no puede frenar semejante impulso capitalista. Ya dentro observo cómo se resolvió el incordio: una carpa azul en un rinconcito de la planta baja hace discreto al muerto. La mayoría de los paseantes ni llega a advertir que pocos minutos atrás alguien terminó con su vida y está allí, estampillado contra el piso que oculta esa carpita azul oscuro.

Si se mira las vestimentas de los visitantes parecen personas que provienen por ingresos de los estratos medios hacia arriba. Si hay clases medias-bajas o bajas, están bien camufladas. A simple vista no parece haberlas. Trato de observar con atención este detalle. No resulta fácil advertirlo. O no hay pobres o no parece haberlos, lo que tal vez sea la misma cosa.

Detecto un laburante. No viste de overol ni ropa de trabajo, pero es un laburante. Sus botines lo delatan. Lleva un bolsito en la mano. Apenas atraviesa las puertas automáticas de ingreso busca un espacio hacia su derecha. Un recoveco que es el lugar de encuentros. Varias chicas esperan a sus novios: cuando llega lo besan y caminan hacia la zona de tiendas. El laburante pasa a mi lado, busca un sitio alejado en ese sector de descanso, se sienta, abre su bolso saca una botellita de Coca Cola y un sándwich. No vuelvo a verlo como para saber si finalizado su recreo retorna a la calle o también emprende el camino del iluminado y obsceno palacio del consumo.

Escaleras mecánicas para ir de nivel a nivel, vidrieras coloridas, luces, ruido de las charlas, idiomas que se mezclan: europeos, brasileños y el castellano con tonos distintivos que hablamos argentinos y chilenos. Todo se mezcla. Escucho: “siempre leía en las noticias que en el Costanera se suicidaba gente, y mira la primera vez que vengo y me encuentro con que se ha tirado uno” le dice una chica chilena a su amiga. Por esas maravillas de los sentidos la escucho con total claridad mientras camina a mi lado. Advierto que el infeliz “lanzado” desde el quinto piso no es el primero.

Busco otros. Parece que la joven estaba en lo cierto. El 23 de enero de este mismo año, el periodista Ramiro Barreiro escribió en el Diario El País de España: “en Chile existen tres millones de metros cuadrados ocupados por grandes galerías comerciales, que son visitadas por entre 27 y 30 millones de personas al mes. Es el sitio que los chilenos eligen para aprovechar las rebajas, alimentarse, conocer y conquistar a su polola, pasar el domingo junto a la familia y hasta terminar con su vida. Sólo uno de los 79 centros comerciales registró media docena de suicidios en poco más de un año”. Cuando comento el detalle del shopping como lugar elegido por los suicidas mi compañera no parece extrañarse. “Lo mismo pasa en Buenos Aires”, dice.

Con sólo googlear los vocablos “shopping” y “suicidio” se advierte que suele ocurrir también en Argentina: el Diario 26 da cuenta de un suicidio en nota del 13 de agosto de 2008 y La Nación del 1º de abril de 2003 informa de una mujer suicida. Ambos en el Unicenter de Martínez. Hay otros en diferentes centros comerciales. Pero no sólo ocurre en Chile y Argentina: el Correio Braziliense afirma en nota del 2 de mayo de 2009 que doce personas se han suicidado desde el año 2001 en el Centro Comercial Patio Brasil.

Parece una metáfora de una sociedad alienada: miles de personas cada día enloquecen de fiebre consumista en el mismo lugar donde algunos otros buscan morir. Tal vez los unos y los otros compartan una alienación igualmente difícil de comprender.

Camino entre los paseantes del Costanera Center de Santiago que no sólo es un paraíso del consumo sino también un lugar elegido para que la vida termine. Al salir la realidad muestra una nueva paradoja. Una promotora porta un cartel, cuadrado de unos 50 centímetros de lado, sobre su cabeza. Lo lleva de la misma forma en que lo hacen las chicas que anuncian en el boxeo el número de un round que está por comenzar. Ambas manos sobre la cabeza, y el cartel a la vista de todos. Este dice: “sonríe, es domingo”. La promotora lo levanta a unos cinco metros del retén de Carabineros donde siguen los familiares del muerto. Uno de ellos lo advierte, se acerca a la promotora, le explica. La chica baja el cartel, llama a su compañera que está un par de pasos más allá, y ambas salen caminando hacia otro sector. A pedirle la sonrisa de domingo a otra gente, que la que sigue en cercanías del retén de Carabineros no tiene motivos para sonreír, ni aunque sea domingo
Tomado de https://bloghelechomaldito.blogspot.com/p/cuentos.html

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Larga vida a los cuentos





Si los cuentos no se cuentan,

pronto se van olvidando;

palabras sobre la arena

que la marea ha borrado.

El olvido es como un virus

que al disco duro devora

y toda la información

en un instante se borra.



Si los cuentos no se cuentan

dejan de existir las hadas,

los dragones, los vampiros,

los duendes y los piratas.

Y no hay pasajes secretos

ni cuevas maravillosas

ni castillos encantados

ni una isla misteriosa.



Si los cuentos no se cuentan,

se destierra la poesía

del país de nuestra infancia:

País de la Fantasía.

Por favor, cuéntame un cuento

y vuélvemelo a contar,

no vaya a ser que se pierda

a la orillita del mar.


Aoniken cuenta en octubre


sábado, 25 de agosto de 2018

Morite de amor, cagón



Antes de decir que no, pensá que algún día te vas a morir. Sí, te vas a morir.
Metete al mar, despeinate... que la sal te endurezca el pelo y la piel, que te despinte. Metete de día, de noche... que una ola gigante te lleve a pasear y la arena se te meta en los calzones. Que el "toples" sea por la fuerza del agua, menos sexy y más divertido. Cagate mucho de risa, enterrate en la arena, hacé un castillito... sí, estás peludo, pero las ganas de hacer un castillito no se van jamás.
Tirate en paracaídas que tenés más probabilidades de morirte entrando el auto a la cochera de tu casa, cruzando la avenida apurado para ir a laburar, o de un ataque al corazón post- estrés, post- chatarra, post- depresión. Acostate con tu perro y llenate la ropa de pelos, escuchá su corazón... ese sí que late por vos.
Juntate con tus amigos aunque no tengas un puto peso. Siempre hay un paquete de arroz por ahí, o unas criollitas. Juntate con ellos y meate de risa y si los ves con el celular, tiraselos por la cabeza. Putealos, que están ahí con vos... el resto puede esperar. Coman el asado, vayan a la montaña, ponganse en terlipes en el medio de la calle. Sólo para reír. La amistad sana y no hay antidepresivo que le toque los talones.
Viajá. Ahorrá y viajá. Quizás cuando termines de pagar la ropa que te estás comprando ya la hayas dejado de usar. Quizás cuando termines de pagarte tu casa se haya llevado la deuda... toda tu energía. Quizás cuando termines de pagarte el auto te hayas acostumbrado a caminar. Quizás cuando termines de pagar el microondas te des cuenta de que como calentar en el horno no hay. El somnier extra súper archi blah blah "King" puede esperar, mejor una garrafita para la montaña. Escuchame pendejx, viajá.
Viajá, viajá para enriquecer el alma. Conocé gente, culturas, idiomas. Viajá para ver y escuchar que el amor en todos lados tiene la misma lengua. Viajá, tirate al pasto. Vaciá cuarenta y cinco termos de "meta mate y charla" y que te quede la lengua verde de chupar la bombilla mientras guardás las fotos de ese paisaje en tu cabeza. Y si no hay guita, andate igual. Andate abajo de una planta. Tres frazadas, fideos blancos y nada más.
Escuchá, escuchá a tus viejos. Preguntales todo lo que no sabés, todo lo que pasó. Cuántas veces amaron y cuántas perdieron un amor. Preguntales que querían ser de grandes cuando eran chicos. Preguntales porqué carajos no lo hacen si están vivos. Hablá, hablá con ellos que te escuchan hasta en silencio. Deciles que los querés y metete el orgullo post-moderno liberal de "todo me chupa un huevo" en el culo. Porque ellos también se van a morir. Abrazalos como si fuera la última vez... que ni las velas de cumpleaños, ni las estrellas fugaces, ni las vaquitas de San Antonio tienen el poder de conceder la inmortalidad.
Decilo todo. Decilo, escribilo, transmití. Sacate la vergüenza de las venas. Decile que la querés, decile que lo amás. Metele un beso para que no se olvide más. Decile que te dormís y te levantás pensándolo/la. Decile, decile todo lo que se te cruce por el bocho. Sé asquerosamente romántico/a. Empachate. Dejá de hacerte el/la durx que todos bien sabemos lo que siente el otro. Así que... decilo. ¿Qué podés perder? Decile lo que te gusta, lo que te enloquece, lo que te excita.
Dejá de sobarle la espalda a la tristeza y abrazala, abrazala fuerte y que se vaya un tiempo para volver fresquita como una lechuga y así... la volves a abrazar.

Antes de tener hijos... sé un niño, sé un niño todo el tiempo que más puedas. Dormí, salí, reíte, comé chocolates y gomitas y reíte. Fulminá tu juventud... antes de envejecer. Y cuando te pongas viejo, contale a la generación entrante... qué significa cada una de tus arrugas. No les dejes tu cuerpo gris, dejales tus ganas de vivir. Dale viejo, dejalos que jueguen a la pelota en la siesta ¿Te acordás cuando jugabas a la pelota en la siesta? Dale, no llames a la policía. Comprate un paquete de bombitas (globos) y cuando te toquen el timbre mojalos también. Dale viejo, viejo las pelotas. Sí, viejas las pelotas pero sangre en el pecho. No fue hace tanto viejo, acordate y reíte con ellos... antes de decir que no"
Texto tomado de Facebook

La jaula de Javier Villafañe

CUENTO: "LA JAULA" DE JAVIER VILLAFAÑE La jaula Nació con cara de pájaro. Tenía ojos de pájaro, nariz de pájaro. la madre, c...