jueves, 26 de diciembre de 2019

Un café

"Frente a la taza con café se columbra, se reflexiona, se sueña, se imagina, se escribe, se conversa, se enamora, 
se seduce, se rompe, se reconcilia, se halaga, se sugiere, se invita…
Y el café, el misterioso café escucha, profetiza, atestigua, aconseja, da fe, observa, asiente, se ruboriza…"
-Gustavo Máynez Tenorio
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miércoles, 25 de diciembre de 2019

Palabras de Antonio Dal Masetto

 “Nuestra tarea es narrar y contar historias y recuperar aquello que llevamos en la sangre, aquella imagen ancestral que recuperamos cada vez que iniciamos una página. El narrador junto al fuego, aquel que ha cruzado las montañas, los mares, y un día vuelve y cuenta las maravillas que vivió. Y la gente alrededor, esperando escuchar este relato maravilloso.”

“¿Quién lee nuestros libros, qué cara tienen los lectores? Uno escribe para llegar a otros. No salgo con frecuencia de mi reducto. La escritura es un oficio solitario y aislado. Un espacio tan privado que uno se vuelve egoísta y muy avaro de su tiempo y de su espacio. Resulta cada vez más difícil salir de ese círculo.”
 
Publicado en Página 12

Búsqueda

"Búsqueda" por Vivi García

   Una tarde, hace muchísimo tiempo, Dios convocó a una reunión. Estaba invitado un ejemplar de cada especie. 
   Una vez reunidos, y después de escuchar muchas quejas, Dios soltó una sencilla pregunta: "Entonces, qué les gustaría ser?", a la que cada uno respondió sin tapujos y a corazón abierto.
    La jirafa dijo que quería ser un oso panda; el elefante pidió ser mosquito; el águila, serpiente; la liebre quiso ser tortuga; y la tortuga, golondrina; el león rogó ser gato; la nutria, carpincho; el caballo, orquídea; y la ballena pidió permiso para ser zorzal.
   Le llegó el turno al hombre. Dudó. Después de meditar unos segundo, y casi con un gesto de súplica, dijo: "Señor, yo quisiera ser... feliz".

La noche del elefante

 

Cuento: LA NOCHE DEL ELEFANTE, de Gustavo Roldán





El circo llegó al pueblo, y con el circo llegó el elefante.

—¡Estoy podrido! —fue lo único que se le oyó decir cuando bajó del tren.

El elefante había viajado con el circo por París, Londres, Moscú, Buenos Aires, siempre por las más grandes ciudades del mundo, y ahora, cruzando el Chaco, había llegado a Saenz Peña, que seguramente también era una de las grandes ciudades del mundo.

Ahí fue donde dijo:

—¡Estoy podrido!

Y no habló más. Los otros animales lo miraron sorprendidos, porque no estaban acostumbrados a que anduviera protestando. Al contrario, tenía fama casi de demasiado manso.

La rutina siguió. Levantaron la carpa, acomodaron las jaulas de las fieras, y prepararon un desfile por las calles para que a todo el pueblo le diera ganas de ir a ver las maravillas del circo más hermoso.

Todo marchaba sobre ruedas. O por lo menos parecía. Nadie se había dado cuenta de que el elefante andaba más trompudo que de costumbre. Nadie sabía que mientras el tren iba recorriendo los caminos del Chaco el elefante se había puesto a oler.

Fue un olor que le llegó de golpe, mientras descansaba tranquilamente en su jaula junto con abundante pasto y agua limpia, y fue como si la tierra se hubiera dado vuelta. Sintió apenas una especie de cosquilla que le hormigueaba desde la trompa hasta la punta de la cola, y de pronto supo de qué se trataba. Era el olor de los árboles, era el olor de un río, era el olor de la selva. Miró por entre los barrotes de su jaula y vio miles de pájaros que volaban y se posaban en los árboles, y miró los árboles.


No eran los mismos que conociera, pero eran árboles. Tampoco los pájaros eran los mismos, pero eran pájaros.

De un lugar así lo habían sacado los cazadores hacía muchos años, tantos, que ya ni sabía que se acordaba. Pero ahora de golpe, se le vino encima toda la memoria.

Y entonces se acordó de los grandes espacios por donde correteaba con la manada, se acordó del calor y de las noches inmensas cuando toda la tierra era de los elefantes. Se acordó de las grandes caminatas para buscar agua y comida y de las peleas con el tigre.

Y se acordó del miedo.

Era un elefante joven, con colmillos que comenzaban a crecer con fuerza, cuando conoció el miedo. Fue cuando llegaron los cazadores. Hasta entonces creía ser un animal más fuerte, un animal que podía matar al león con su trompa poderosa y sus colmillos. Un animal que ya había enfrentado al tigre de suaves manchas y lo había visto huir.

—¡Qué pequeños son! —pensó cuando vio a los cazadores.

Pero no sabía que tenían dardos con venenos para hacer dormir a un elefante, y que tenían jaulas de hierro capaces de aguantar toda la fuerza y el peso de su cuerpo.

Después pasó a otras manos que lo cuidaron mucho mejor. Nunca le faltó agua ni comida, pero siempre con una gruesa cadena atada a la pata. Le enseñaron pruebas y lo premiaron cada vez que aprendía a repetirlas. Y cada vez que aprendía también iba aprendiendo que ahora debía vivir con los hombres.

Entonces lo llevaron al circo con otros animales y con otros elefantes. Durante muchos años siguió aprendiendo y olvidando, hasta que un día casi estuvo convencido de haber nacido en el circo y de que ése era el mundo de los elefantes.

Ya no tenía la gruesa cadena atada a la pata. Pero había otra cadena, invisible, que lo dejaba atado al lado de los hombres. Y tal vez era más difícil de romper que una cadena de hierro.

Recorrió grandes ciudades, y ahora, al sentir el olor de los árboles, del bosque, al ver volar tantos pájaros, fue como un golpe, casi como el pequeño golpe que sintiera cuando un dardo se le clavó una tarde lejana porque no huyó de los cazadores. No estaba dispuesto a escapar de esos seres tan débiles.

Fue así, como un pequeño golpe. Y se le vino encima toda la memoria.

Esa noche, cansados, todos en el circo se durmieron temprano. Pero el elefante no. Despertó a la elefanta y le contó sus planes.

Ella dijo primero que no, que estaba loco, que qué iban a hacer en un mundo desconocido, que aquí nunca les faltaba comida, que todas las noches los aplaudían a rabiar, que quién sabe lo que les esperaba afuera de la carpa...

—Claro que quiero irme. Y ya mismo —dijo finalmente la elefanta.

—¿Qué vamos a hacer? —dudó ahora el elefante.

—No sé. Pero si allá afuera hay árboles y hay un río y hay una selva, ése es nuestro lugar.

—¡Aquí estamos seguros!

—Pero no tenemos aire libre.

—¿Entonces querés irte?

—Elefante, ¿qué estás pensando? Este es el mejor momento para salir de aquí. Después veremos —dijo convencida la elefanta.

Y se fueron...

Caminaron sin hacer ruido, y se alejaron lentamente del circo. Siguieron por las calles dormidas de la ciudad y sin mirar atrás llegaron a los primeros árboles. Arrancaron con la trompa un manojo de hojas frescas y sintieron que eso se parecía a la felicidad.

—Ahora podemos descansar un rato —dijo la elefanta.

—No, todavía no —dijo el elefante—. Mañana van a salir a buscarnos.

—¿Nos encontrarán?

—Si nos alejamos mucho, no. tenemos que meternos en el monte, lejos de los caminos. Nos van a buscar por los caminos.

Y se internaron en el monte, y caminaron sin descansar, abriéndose paso entre la maleza. Días y noches caminaron, encontrando cada vez más árboles y árboles cada vez más grandes.

Y encontraron espacios abiertos para correr y largas noches bajo las estrellas. Descubrieron el canto de los pájaros y el sonido del viento. Vieron volar las bandadas de garzas blancas y se quedaron quietos escuchando el griterío de las cotorras. Probaron distintos pastos y las hojas de distintos árboles, y fueron descubriendo sabores dulces y amargos y fueron eligiendo porque tenían para elegir.

En la laguna vieron rastros de toda clase de animales y jugaron echándose agua con la trompa. Y sintieron el calor del sol y la frescura de la sombra. Caminaron. Y cada noche sentían que estaban un poco más cerca.

Y vino un olor a tierra mojada y los elefantes se quedaron inmóviles, recordando. Sabían que ahora vendría una de las cosas más hermosas. Llegaría la lluvia. Esperaron la lluvia. Esperaron la lluvia con las trompas levantadas, lanzando el enorme grito de los elefantes. El agua comenzó a caer y sentían que los lavaba y refrescaba, que les sacaba el recuerdo de las jaulas y de las cadenas y gritaron de nuevo. Hasta cansarse de gritar. Hasta que se acabó la lluvia. Eran nuevos elefantes.

Cada vez que escuchaban algún ruido se quedaban quietos. Sentían demasiado el olor de los hombres todavía. Tenían que llegar más lejos.

¿Dónde quedaba ese lugar más lejos?

Siguieron caminando.

Nadie sabe si fue el instinto y la inteligencia de los elefantes, o si fue simplemente el azar. Pero lo cierto es que se encaminaron hacia un lugar de monte impenetrable lejos de las ciudades y del hombre.

Y ahí se quedaron, en el monte chaqueño. Nadie volvió a verlos nunca. Nunca intentaron volver.

El señor Modigliani de Sergio Martínez

EL SEÑOR MODIGLIANI es un hombre de mediana edad. Quizás por eso, siempre entendía la mitad de lo que le decían. Entendía solo la mitad de lo que le sugerían o invitaban. Tenia deseos de clase media y alentaba a un equipo de futbol pero solo iba a verlo en el primer semestre del calendario.
Fingía prestar atención, se distraía casi siempre a la mitad de lo que le decían, para después echarles en cara, a los que llegaban a un acuerdo, que él no había entendido bien, que no sabía de que se trataba, se ponía siempre en victima, pues de todo, entendía la mitad. Lo medio que entendía era la que le convenía a él y lo que no entendía era la que le convenía al otro. Esta simple estrategia lo llevó a ser una de las máximas autoridades en el ministerio de planos y planimetrías con el cargo de subsiguiente interino. Entendía la mitad del amanecer los naranjas o los celestes. La mitad de un libro y la otra parte solo la leía. Se perdía de entender un porcentaje de la obra de Van Gogh si es que un artista puede ser medido en porcentajes. Un colibrí era imposible de entender para él, era tanta totalidad el pajarillo, que se le hacía imposible dividirlo. La belleza es poco divisible, debo aclarar para respetar algunas verdades extraídas de la sabiduría que habita la esquina de mi barrio. Un día, hacia la media tarde el señor Modigliani se encontró, con aquella hermosa portadora de la palabra y las intenciones... se llamaba Jazmín... no se podía saber bien que parte de ella era flor, cual mujer . Que era blancura... que era el blanco absoluto de su piel. Hasta donde empezaba la mujer...donde terminaba el poema. Había que entender su absoluto...ella vivía su maravillosa integridad, completa casi siempre. Ella era palabra y entendía los infinitos significados, conocía la importancia de los desiertos y del otoño. El destino de los azules vientos y salvaje verde que esconde la semilla. Cuando conoció al señor Modigliani...la señorita Jazmín, le mostró su versión total del mundo y le ofreció un universo pero él solo entendió la mitad de todo lo que ella le sugería. De la historia entendió la edad media, de la jornada solo el medio día y el almuerzo En lugar del planeta entero solo entendió su propio hemisferio derecho y la mitad de su vida se la paso tratando que esta mitad le sirviera para no necesitar la otra. En cambio ella... le venían bien todos los horizontes, los propios y los ajenos, su viaje iba por el sendero de avanzar, conociendo el ser en el ser, de alma en alma entendiendo amores y odios que son las dos mitades de la pasión.
Los silencios, las palabras que juntos conforman el amor. El equilibrio y descalabro que habitan en casi todos sentimientos. Y las dos proporciones exactas que dan la felicidad, cuando es tiempo y es cariño. El señor Modigliani no sabia que mitad elegir de la señorita Jazmín, su belleza o tal vez la profundidad de su mirada. Eso lo tenía medio confundido
En cambio para ella fue muy fácil darse cuenta que no podría amar a aquel, obtuso plano que era el señor Modigliani, dejarlo seguir solo su seco camino, ya que el no era un misterio, le faltaba lo imperfecto. Si del señor Modigliani,
había que elegir una sola parte, solo lo bueno de el, y la señorita Jazmín, podia observar lo que le faltaba. Prefirió esa muchacha vivir un amor pequeño pero pleno. Tal como comentó alguna vez otro poeta de esquina, el amor es mitad admiración y la joven esa parte no la tenia , aunque la perfección de la estrategia de supervivencia del Señor Modigliani le llamara la atención un poco, comprendía desde el origen del encuentro que no funcionaría. A ella se le sugería la vida completa, en lugar de estar al medio en todo de ese señor y su tan ilustre apellido por parte de padre, o sea la mitad de sus origen ..el señor Modigliani...su vida a la mitad ..Jazmín la indivisible, la diversa mujer y su amor de todos los colores. Otro amor que no pudo ser... entre las cuadras de mi barrio y su infinito tiempo.




Poema "Como tú" de Roque Dalton García

 
Roque Dalton García fue un escritor y periodista nacido en San Salvador el 14 de mayo del año 1935 y fallecido en la misma ciudad el 10 de mayo de 1975. En su juventud se trasladó a la capital de Chile, donde comenzó a estudiar Derecho, carrera que completó más tarde, en su tierra natal. A los veintidós años de edad viajó a Rusia, donde participó de un festival internacional dedicado a los jóvenes, y allí se encontró con muchas personas que más tarde se convertirían en grandes figuras a nivel mundial, tanto en el ámbito de las letras como en el de la política. Se lo considera como una de las figuras esenciales de la Generación Comprometida, que surgió en El Salvador en los años 50 y promovió el interés por la historia de su país, así como un cambio en la estética de su literatura.
Entre sus libros encontramos los poemarios "El turno del ofendido", "El mar. Variaciones" y "Taberna y otros lugares" (un interesante recuento en verso de sus experiencias en Polonia), y la novela "Pobrecito poeta que era yo...".

Cuento Navideño para adultos


                                                                                                                              
 Los Reyes Magos, según mis padres Rodríguez Criado,  Francisco

Mi padre, que quería hacerse perdonar después de no sé qué lío con su secretaria, nos invitó a toda la familia, durante las vacaciones de Semana Santa, a hacer un viaje por Egipto, donde visitamos, entre otras maravillas, las pirámides de Giza, el Valle de los Reyes y la necrópolis de Dahshur.

 

Y eso fue un error por su parte, enseñarnos Egipto (mi madre diría que también lo del dichoso lío con la secretaria), porque allí descubrimos en toda su dimensión a los impresionantes camellos (llegamos a montar en un par de ellos). Así que después de ver tan cerca a estos mamíferos, a los cuales, por cierto, ya habíamos estudiado en el cole, me resultó de lo más sospechoso que mis padres nos alentaran en la noche del 5 de enero a mi hermana Rosa y a mí a que nos acostáramos pronto en previsión de que el rey Baltasar nos iba a visitar de madrugada, a lomos de su camello, para dejarnos valiosos regalos traídos desde Oriente.

A mi hermana, que solo tenía cuatro años, le hizo mucha ilusión la noticia, pero a mis nueve años ya había cosas que me costaba creer. Así que me dormí sin concederle demasiada importancia al asunto. Al levantarnos íbamos a tener regalos en el comedor. Estupendo, pues. No era relevante quién se iba a encargar de traerlos, y menos aún si venían de Oriente o de algún centro comercial…

 

Pero no iba a ser tan sencillo: en plena madrugada unos gritos atronadores que procedían del vestíbulo nos despertaron a mi hermana y a mí. Resulta que el camello se había quedado atascado en el quicio de la puerta y tanto él como el rey Baltasar no dejaban de soltar alaridos, con el consiguiente cabreo del resto de los vecinos, que subieron muy enfadados hasta nuestro piso para saber qué demonios estaba ocurriendo.

 

Y así estuvimos, durante al menos un par de horas, completamente desquiciados, con los bomberos tratando de desatascar al sufrido animal bajo la atenta mirada de un grupo numeroso de curiosos que no paraban de hacer preguntas. Mi madre, tan servicial, se mostraba apenada de que nuestros visitantes ni siquiera hubieran podido degustar la mandarina, el turrón y el vaso de leche que había dejado para ellos en la mesita del salón. Por otra parte, un agente de Inmigración le preguntó de malos modos al rey Baltasar si tenía los papeles, y otro del SEPRONA no paraba de pedirle las vacunas del camello y el chip de identificación. “¿O es que se cree que uno puede desplazarse en camello sin tener todos los trámites en regla?”.

Y como todos discutían por detalles nimios, pero nadie se extrañó de que un rey negro venido de Oriente y un camello de notables dimensiones tratasen de colarse en plena madrugada en un decimotercer piso del madrileño barrio de Chamberí, llegué a la conclusión de que no tenía sentido que yo fuera tan escéptico con las narraciones familiares. Decidí que a partir de ese momento confiaría más en lo que me contasen mis padres, pues no eran tan fabuladores como yo había pensado, y de paso me comprometí a transmitirle a Rosa ese espíritu navideño alimentado por la inocencia.

 

Tanto es así, que durante algún tiempo mi pequeña hermana siguió creyendo que los Reyes Magos proceden de Oriente, los niños vienen de París, y mi padre y la secretaria tan solo eran buenos amigos.

 

Francisco Rodríguez Criado es escritor y corrector de estilo.

domingo, 3 de noviembre de 2019

Ganas de volar


Cuento: GANAS DE VOLAR, de Graciela Vega




Tengo una abuela astronauta. Muchos años trabajó en la NASA y se acaba de jubilar. Dice que quiere estudiar para chef porque antes, con todo lo que viajaba, nunca tenía tiempo para hacerse ni un huevo frito.

Ahora que yo estoy más grande, le entiendo mejor cuando cuenta sus historias planetarias. La verdad es que en casa no la escuchan, creo que piensan que miente un poco. Además, a nadie en mi familia le importa si sale el arco iris en Saturno, o si nace o muere una estrella.

A mí me encanta escucharla y yo también quiero ser astronauta. Por eso estoy contento de que esté más tiempo cerca y le insisto para que venga a visitarme. A veces viene pero se va enseguida. Casi siempre se enoja con mi mamá y le dice que se va a ir a Marte en cualquier momento. Siempre le escucho decir que tiene ganas de volar.

Creo que se está fabricando un cohete espacial en el fondo de su casa. Eso me lo contó cuando le pregunté cómo era que se iba a ir Marte si ya no trabaja más para la NASA. Que guarde el secreto, dijo mi abuela y a lo mejor, ahora que estoy crecido –como dicen– la puedo ayudar así de paso aprendo algo de astronáutica.


Esta tarde cuando salga de la escuela me pego una corrida y le digo que no perdamos más tiempo. Quiero saber si ese cohete va a funcionar.

Son como las dos de la tarde y allá viene mi abuela de su curso de cocina y con una torta en la mano. Aprende rápido, mi abuela. Yo la apuro con el asunto del cohete y le pido verlo. Ella me contesta:

—Por ahora tiene forma de otra cosa.

—Abu, no me estarás mintiendo, ¿no? —. Y la miro a los ojos.

—Vení a verla —me dice.

—¡Eso es una hamaca!

—Por ahora sí, te lo dije —aclara la abuela.

—No entiendo, abu, ¿qué tiene que ver esta hamaca?

Tengo que ser paciente si quiero ser astronauta. Y me pide que suba a la hamaca y yo no quiero porque me estoy poniendo grande.

—Hamacarse es cosa de nenitos —le digo y ella insiste. Me niego varias veces. Hasta que se sube ella y me explica cómo sentarme: tirando el peso del cuerpo hacia atrás y levantado las piernas para el cielo. Ahora me dice que suba y bueno… le hago caso esta vez.

—¡Que nave ni ocho cuartos, abu! —. Y mi abuela me empuja. La hamaca se balancea. Que cierre los ojos, me pide. Y yo voy y vengo en el aire. Y después voy más arriba y el vaivén de la hamaca me da viento en la panza.

¡Uauh! No abro los ojos y comienzo a volar. Todo mi cuerpo se cubre de sensaciones nuevas, detrás de los ojos cerrados, bien adentro, se forma un arco iris. Se me había olvidado cómo era. ¡Estoy volando! Cuando bajo le doy un abrazo a mi abuela. Y vamos a comer la torta.

—Pero abu —le digo—, mirá que vas a tener que contratar a un ingeniero si querés darle forma de nave.

—Y sí —dice—, es cierto. Ya tenemos una buena parte. Con las ganas de volar se empieza.

La hamaca se balancea a nuestras espaldas, el sol le pega en las cadenas y, lentamente, se cubre de una luz de metal. Como una nave gira sobre sí misma. ¡Está por despegar!

viernes, 25 de octubre de 2019

Sobre Nombres de Silvia Schujer


Cuento: “SOBRE NOMBRES” de Silvia Schujer





Las cosas andaban muy mal.

Porque Ana decía que su nombre era muy corto. Y, para colmo, capicúa.

Y Ángel vivía furioso pensando que con ese apelativo sólo podía ser bueno, lo que para toda una vida era mucho.

Y Domingo estaba harto de que en todas partes, su nombre apareciera escrito en rojo.

Y Soledad opinaba que su falta de amigos era culpa de llamarse así.

Y Bárbara, la pobre, era tan tímida que cuando decía “soy Barbará”, ni su mamá le creía.

Y Maximiliano Federico estaba enamorado de Enriqueta Jorgelina, pero tardaba tanto en hacer un corazón con los nombres que abandonaba en el intento mucho antes de empezar.

Y Rosa ya no soportaba que la llamaran clavel. Tanto peor para Jacinto Floreal, a quien los graciosos llamaban Nomeolvides. O Jazmín.

Elsa ya se había acostumbrado a ser Elsa-po. Pero Elena no quería que la llamen Elena-no.

Las cosas andaban muy mal. Nadie en el barrio estaba conforme con el nombre que le había tocado en suerte y, quien más quien menos, la mayoría se lo quería cambiar por otro.

El Intendente abrió un gran libro de quejas para que los vecinos explicaran su problema por escrito.


Se supo así del sufrimiento de Tomás, a quien todos preguntaban “¿Qué Tomás?”. Se aclararon las rabietas de Remedios, a quien todos conocían por Dolores. Hubo noticias de las penurias de una tía Angustias. En fin….

Irineo Hermenegildo Pérez, poeta, hombre de luces, pensó en el problema como cuarenta y ocho minutos seguidos hasta que de pronto tuvo una idea.

Reunió cientos de vecinos disconformes en la plaza y les propuso entrevistarse públicamente con cada uno.

—A ver, Ana —empezó diciéndole a la chica—. ¿Qué nombre querrías tener?

—Zulema —le dijo ella.

—¿Zulema? ¿Cara de flan con crema?

—Bueno... Mejor sería María.

—¿María? ¿La de la barriga fría?

—¡Espere!... Prefiero llamarme Romina.

—¡Romina ¡¡¡Cachetes de mandarina!!!

—¡Basta! —dijo la nena y volvió a mezclarse con los demás.

Porque la gente que se había reunido en la plaza, primero empezó a reírse con disimulo, pero al rato las carcajadas se escuchaban hasta el Obelisco.

Eso sí. Con lo que habían presenciado, decidieron quedarse con el nombre que tenían. Nunca les pareció más hermoso.


miércoles, 23 de octubre de 2019

"Antes"

Antes
Mi hijo decía luenga
en vez de lengua.
Yo no lo corregí
ni una sola vez.
Amaba el sonido
de esa palabra extraña
como recién nacida.
Cuando alguien le enseñó
“Se dice jirafa, no firasa”
de verdad lo lamenté.
Igual con la mariposa
que antes era papiosa.
Sabía que esas palabras
no se quedarían
mucho tiempo
ahí,
en su voz.
¿Para qué apurarse entonces?
Las palabras habituales
están ahora en su sitio.
Excepto,
cuando quiere hablarme
de jaguares y dice
“mamá están en vida de extinción.”
Ya sabemos,
no hay que decirle nada,
quizás queden algunos días así
en que la vida sea lo que se extinga,
sin intermediarios.
 
Manuela Gómez Nació en Medellín Colombia (1985) Publicó el libro de poemas La vida como era (Atarraya 2017)



sábado, 19 de octubre de 2019

Palabra para reflexionar


"Cantarle una canción a un niño, decirle un cuento, entonarle una nana, o incluso contarle unos recuerdos de una manera diferente, con palabras distintas a las del habla cotidiana, es una forma de decirle: mira, te presento el cielo, te presento el mar. En esa transmisión cultural, nosotros nombramos y presentamos el mundo a los que nos sigue. Y hacerlo con palabras poéticas, no solamente con palabras de designación inmediata de las cosas, recurrir a los relatos familiares, o a los mitos, es abrir la mirada. Si no te dieron opción a esa lengua poética narrativa, el mundo que te rodea no te dice nada. Necesitamos que el espacio nos cuente historias. Si no, no lo habitamos"
: :

El blanco fuego de la luna

Antes llovió y llovió, hasta que la tierra se llenó de agua y la gente tuvo
que subir a una montaña para no ahogarse.
Y llovió y llovió más, con fuerza.
La gente tenía hambre, estaban a punto de morir, hasta que en la
montaña se refugiaron también unos guanacos, peludos y avestruces, y al
menos así los hombres pudieron salir a cazar. Al anochecer regresaron al
refugio con la comida.
Pero necesitaban leña seca para cocer la carne que habían cazado. Así que
decidieron cruzar hasta otro cerro, donde no hubieran llegado las últimas
lluvias.
El aire de la noche era muy negro, así que le pidieron al Sol que les
alumbrara el sendero durante la noche, para no ahogarse en las muchas
lagunas que se habían formado con la gran lluvia.
El Sol estaba descansando y no quiso ayudar a los hombres, pero le dio un
manojo de fuego a su esposa, la Luna, y le pidió que los acompañara, y que
alumbrara desde el cielo a la gente y los senderos de la noche.
En ese entonces, la Luna era igual de brillante y dorada que el Sol; pero
como la Luna se puso en camino mientras aún llovía, el fuego que llevaba en
las manos se le enfrió, se volvió blanco y pálido. Todavía iluminaba, pero ya
no dio calor.
A pesar de que la Luna se entristeció, no quiso dejar a oscuras el camino y
continuó iluminando a la gente con su luz fría.
Así, los hombres pudieron conseguir leña y cocer los alimentos y resistir
en la montaña, hasta que por fin las nubes se cansaron de llover y el cielo se
volvió limpio y azul.
Entonces, las grandes agua bajaron, y los mapuches pudieron bajar a los
valles y los campos, y comenzar a vivir una vida un poco menos dura. Pero
siempre recordaron la ayuda que les había brindado la Luna durante aquella
larga noche ien la montaña


Versión de Patricio Killian y Sebastián Vargas

lunes, 30 de septiembre de 2019

Maratón de Lectura

El 27 de setiembre de 2019, conté en la Escuela Nº 74 de Santa Rosa, La Pampa, como parte de la Maratón de Lectura
























domingo, 11 de agosto de 2019

Leyenda del lapacho

- Cuenta la historia, que Dios estaba preparando el mundo, se reunió una tarde con todos los árboles y pidió que cada árbol eligiera la época en la que cada uno de ellos quisiera florecer y así, embellecer la tierra.
¡Y en un estallido de alegría comenzaron todos a gritar: “otoño, verano, primavera, decían !!!”
Pero Dios observó que ninguno elegía la estación de invierno.
Entonces Dios preguntó:
- ¿Por qué nadie elige la época de invierno?
Cada uno tenía su razón. ¡Muy seco! ¡muy frío! ... muchos incendios!
Entonces Dios pide un favor...
Necesito al menos un árbol, que embelese el invierno, que sea valiente y capaz de enfrentar el frío, la sequía y las quemas y en ese frío poder embellecer el mundo...
Se quedaron todos en silencio.
Fue entonces que un árbol callado y tranquilo al fondo, sacude sus hojas y dijo:
-¡Yo voy!...
Y Dios con una sonrisa preguntó:
- ¿Cuál es tu nombre?
¡Me llamo ""Lapacho, señor!
Los otros árboles, quedan espantados del coraje del Lapacho y su locura de querer florecer en invierno.
Entonces Dios respondió:
- Por atender mi pedido te haré florecer en el invierno no sólo con un color, sino con varios...
Para que también en invierno, el mundo sea colorido.
Como agradecimiento le dijo: tendrás diferentes colores y texturas y tu linaje será enorme.
Y así Dios hizo uno de los más hermosos árboles que da color al invierno. Y así tenemos al Lapacho:
blanco
amarillo
Amarillo del pantano
Amarillo de la hoja lisa
Amarillo niebla
rosa
púrpura
Morado
¡Qué podamos ser como el Lapacho, y sepamos florecer en los inviernos de la vida!

Visita de Vivi García


Esta mañana, exactamente a las 6.39, bajó hasta mi balcón la luna.
Estaba espléndida, blanquísima, con una aureola multicolor que la embellecía aún más. La llamé con el mismo sonido que llamo a mis gatos, y se acercó. Se apoyó contra el protector, yo saqué mis dedos entre las delgadas rejas y se acomodó sobre ellos como si fuera un ovillo de lana.
Mienten los que dicen que es fría, que tiene pozos, que es irregular. Les aseguro que la luna es... perfecta.
Testigos, mis tres felinos y yo de este sublime momento, apenas transcurridos treinta segundos la solté, o tal vez ella se separó de mí. No sé quién decidió primero. Pero en instantes, como si el Creador la llamara, ascendió tan velozmente como llegó a mi casa.
 Despertar y vivenciar un milagro semejante no es cosa de todos los días.
Quizá deba andar más atenta...
Hoy, justo a las 6.39, la luna me besó las manos.





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Cuentos de autores locales - Agosto 2019

 




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9 Mujeres 9 en agosto




La jaula de Javier Villafañe

CUENTO: "LA JAULA" DE JAVIER VILLAFAÑE La jaula Nació con cara de pájaro. Tenía ojos de pájaro, nariz de pájaro. la madre, c...