Los Reyes Magos, según mis padres Rodríguez Criado, Francisco
Mi padre,
que quería hacerse perdonar después de no sé qué lío con su secretaria, nos
invitó a toda la familia, durante las vacaciones de Semana Santa, a hacer un
viaje por Egipto, donde visitamos, entre otras maravillas, las pirámides de
Giza, el Valle de los Reyes y la necrópolis de Dahshur.
Y eso fue un
error por su parte, enseñarnos Egipto (mi madre diría que también lo del
dichoso lío con la secretaria), porque allí descubrimos en toda su dimensión a
los impresionantes camellos (llegamos a montar en un par de ellos). Así que
después de ver tan cerca a estos mamíferos, a los cuales, por cierto, ya
habíamos estudiado en el cole, me resultó de lo más sospechoso que mis padres
nos alentaran en la noche del 5 de enero a mi hermana Rosa y a mí a que nos acostáramos
pronto en previsión de que el rey Baltasar nos iba a visitar de madrugada, a
lomos de su camello, para dejarnos valiosos regalos traídos desde Oriente.
A mi
hermana, que solo tenía cuatro años, le hizo mucha ilusión la noticia, pero a
mis nueve años ya había cosas que me costaba creer. Así que me dormí sin
concederle demasiada importancia al asunto. Al levantarnos íbamos a tener
regalos en el comedor. Estupendo, pues. No era relevante quién se iba a
encargar de traerlos, y menos aún si venían de Oriente o de algún centro
comercial…
Pero no iba
a ser tan sencillo: en plena madrugada unos gritos atronadores que procedían
del vestíbulo nos despertaron a mi hermana y a mí. Resulta que el camello se
había quedado atascado en el quicio de la puerta y tanto él como el rey
Baltasar no dejaban de soltar alaridos, con el consiguiente cabreo del resto de
los vecinos, que subieron muy enfadados hasta nuestro piso para saber qué
demonios estaba ocurriendo.
Y así
estuvimos, durante al menos un par de horas, completamente desquiciados, con
los bomberos tratando de desatascar al sufrido animal bajo la atenta mirada de
un grupo numeroso de curiosos que no paraban de hacer preguntas. Mi madre, tan
servicial, se mostraba apenada de que nuestros visitantes ni siquiera hubieran
podido degustar la mandarina, el turrón y el vaso de leche que había dejado
para ellos en la mesita del salón. Por otra parte, un agente de Inmigración le
preguntó de malos modos al rey Baltasar si tenía los papeles, y otro del
SEPRONA no paraba de pedirle las vacunas del camello y el chip de
identificación. “¿O es que se cree que uno puede desplazarse en camello sin
tener todos los trámites en regla?”.
Y como todos
discutían por detalles nimios, pero nadie se extrañó de que un rey negro venido
de Oriente y un camello de notables dimensiones tratasen de colarse en plena
madrugada en un decimotercer piso del madrileño barrio de Chamberí, llegué a la
conclusión de que no tenía sentido que yo fuera tan escéptico con las
narraciones familiares. Decidí que a partir de ese momento confiaría más en lo
que me contasen mis padres, pues no eran tan fabuladores como yo había pensado,
y de paso me comprometí a transmitirle a Rosa ese espíritu navideño alimentado
por la inocencia.
Tanto es
así, que durante algún tiempo mi pequeña hermana siguió creyendo que los Reyes
Magos proceden de Oriente, los niños vienen de París, y mi padre y la
secretaria tan solo eran buenos amigos.
Francisco
Rodríguez Criado es escritor y corrector de estilo.