miércoles, 20 de febrero de 2019

Un árbol crece en Brooklyn (fragmento)

Son mágicos los instantes en que un niño se entera de que puede leer las palabras impresas.
Durante un tiempo Francine sólo sabía pronunciar las letras una a una, para luego juntar los sonidos y formar una palabra. Pero un día, mientras hojeaba un libro, la palabra "ratón" le apareció entera  y de inmediato adquirió sentido. Miró la palabra y la imagen de un ratón gris se estampó en su cabeza. Siguió leyendo y cuado vio la palabra "caballo", oyó los golpes de sus cascos en el suelo y vio el sol resplandecer en sus crines. La palabra "corriendo" la golpeó de repente, y ella empezó a jadear, como si de verdad hubiese estado corriendo. La barrera entre el sonido de cada letra y el sentido de una palabra entera se había caído. Ahora, con un simple vistazo, la palabra impresa le revelaba su sentido. Leyó rápidamente unas páginas y estuvo a punto de desmayarse por la emoción. ¡Quería gritarlo al mundo entero: sabia leer, sabía leer!
A partir de entonces el mundo se hizo suyo a través de la lectura. Nunca más se sentiría sola. Los libros se volvieron sus aliados. Había uno para cada momento: los de poesía eran compañeros tranquilos, los de aventuras eran bienvenidos cuando se aburría, y las biografías cuando deseaba conocer a alguien. Ya adolescente, llegarían las historias de amor. La tarde que descubrió que podía leer, se prometió leer un libro al día durante el resto de su vida.

"Un árbol crece en Brooklyn". Betty Smith
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9 Mujeres 9 Marzo 2019


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