miércoles, 7 de octubre de 2020

Relato Soy madre

Son las 8.47 de la mañana del 12 de noviembre de 2019 y acabo de parirte hijo. Un mes antes de lo previsto, después de cuatro horas de trabajo de parto siento tu cuerpo caliente sobre el mío. Llorás y parecés untado en manteca. “Mi bebito”, digo y te miro incrédula desde que comenzamos a respirar el mismo aire. Así que esto es parir. Así que vos sos Lorenzo. A las 4 de la mañana me despierta la humedad de la bolsa rota. Dos horas después -mientras nos preparamos para ir al hospital- las contracciones son seguidas y cada vez más intensas. Del consultorio de guardia pasamos a la sala de dilatantes. Las contracciones no cesan. Cierro los ojos, puteo, pierdo la conciencia. Y de repente, ahí estás, te toco la cabeza con mis dedos. Me dicen que falta muy poco, me alientan y, entre pujo y pujo, me invade el miedo: “Y si me doy por vencida y quedás ahí, a milímetros del mundo exterior, atrapado en el paraíso de mi cuerpo”. Sin embargo lo logramos y acá estamos, oliéndonos, tocándonos, mirándonos. Mi bebito, repito mientras contemplo el techo del hospital, acostada en la camilla que empuja un enfermero vestido de celeste. Me llevan a la habitación desde la sala de parto. Atrás venís vos y tu papá. Ya estás vestido y limpio. Ya no llorás; ahora lloro yo. Una semana después salimos a la calle con vos por primera vez: Pero,¿qué pasa? ¿el mundo sigue igual? No se enteraron que nació mi hijo. ¿Cómo se sigue la vida después del impacto de tu llegada? Quiero gritar por la ventana del auto: “Nació Lorenzooooo”. Quiero cambiar el mundo, hacer la revolución y, a la vez, quiero quedarme para siempre encerrada en casa con vos, mirándote dormir. Tanto te busqué, tanto te esperé y acá estás. Ahora entiendo lo de amar a alguien más que a uno mismo; esa incertidumbre de tener tu vida en mis manos. Así que esto es parirte. Así que esto es parirme. Así que así empieza la arrolladora aventura de ser tu madre

sábado, 3 de octubre de 2020

Los reyes no se equivocan de Graciela Beatriz Cabal

Julieta terminó de lustrar los zapatos de ir a la escuela. Cierto que ella hubiera preferido poner las zapatillas rosas con estrellitas, las que le había regalado su madrina para el cumpleaños número seis. Pero la mamá dijo que esas zapatillas eran una pura hilacha y que qué iban a pensar los Reyes Magos. –Ya que estamos, Julieta –aprovechó la mamá–, dámelas que te las tiro de una vez por todas a la basura. Porque a la mamá de Julieta no le gustaban las cosas gastadas o con agujeros. Tampoco le gustaban las cosas sucias o desprolijas. Y siempre tenía la casa limpia, reluciente y olor a pino. Debía de ser por eso que la mamá de Julieta no podía ni oír hablar de perros. –Perros en esta casa, jamás –decía–. Los perros ensucian, rompen todo y traen pestes. Así que en la casa de Julieta no había perros, había tortuga. Y no es que Julieta no le tuviera cariño a la Pancha. Pero la Pancha era medio aburrida, y se la pasaba durmiendo en su caja. Lo que Julieta quería –y lo quería con toda el alma– era un perro. Un perro que le lamiera la mano y la esperara cuando ella volvía de la escuela. Un perro que le saltara encima para robarle las galletitas. Por eso Julieta le había pedido un perro a los Reyes. Y los Reyes se lo iban a traer, porque siempre le habían traído lo que ella les pedía. ¿Y su mamá? ¿Qué diría su mamá del perro?, se preguntó Julieta y el corazón le hizo tiquitiqui toc toc. Pero enseguida pensó que su mamá no iba a tener más remedio que aguantarse, porque uno no puede andar despreciando los regalos de los Reyes. –¡Julieta! –dijo la mamá– Sacá la basura a la calle y vení a comer... A Julieta no le gustaba nada sacar la basura, pero hoy tenía que portarse muy bien porque era un día especial. Así que agarró la bolsa de la basura –con sus zapatillas adentro, claro– y, sin protestar, atravesó el pasillo y la dejó en la vereda, al lado del arbolito. Mientras hacía esfuerzos por dormirse, Julieta pensó que ella, a veces, no la entendía a su mamá. ¿No era, acaso, que los Reyes Magos, tan poderosos y tan ricos, se habían atravesado el mundo entero para ir a llevarle regalos a un pobrecito bebé que ni cuna tenía? ¿Y esos Reyes se iban a asustar de sus zapatillas gastadas? Pero bueno, mejor pensar en el perro, que a ella le encantaría blanco y medio petiso. Y Julieta se quedó dormida. 30A la mañana siguiente, Julieta se despertó tempranísimo. Allí, junto a sus zapatos brillantes, estaba el perro. –¿Viste, nena? –dijo la mamá–. ¡Un perro, como vos querías! Mirá: si le tirás de acá, mueve la cola y las orejas... ¿Estás contenta? No. Julieta no estaba contenta. El perrito que le habían traído los Reyes era más aburrido que la Pancha. Porque la Pancha, por lo menos, estaba viva, aunque a veces mucho no se le notara. Este perrito no le lamería la mano a Julieta, ni le robaría las galletitas, ni nada de nada.... ¿Es que los Reyes se habían equivocado? Pero cuando, al rato nomás, Julieta salió a comprar la leche, pensó que no, que los Reyes Magos nunca se equivocan: al lado del árbol, con una de sus zapatillas entre los dientes y la otra entre las patas, había un perrito blanco y medio petiso. El perrito la miró a Julieta y, sin soltar las zapatillas, le movió la cola. Entonces Julieta lo agarró en brazos y corrió a su casa gritando: –¡¡Mamaaaá!! ¡¡Mamaaaá!! ¡¡Los reyes me pusieron uno de verdad en las zapa!! La mamá salió al pasillo y lo único que dijo fue: –¡Ay, mi Dios querido! Pero se ve que no se animó a despreciar un regalo hecho por los mismísimos Reyes, porque después de un rato de mirarla a la hija y al perrito, agregó por lo bajo: –Entren nomás, que este perrito necesita un baño de padre y señor mío...

La jaula de Javier Villafañe

CUENTO: "LA JAULA" DE JAVIER VILLAFAÑE La jaula Nació con cara de pájaro. Tenía ojos de pájaro, nariz de pájaro. la madre, c...