sábado, 3 de octubre de 2020
Los reyes no se equivocan de Graciela Beatriz Cabal
Julieta terminó de lustrar los zapatos de ir a la escuela. Cierto que ella
hubiera preferido poner las zapatillas rosas con estrellitas, las que le había
regalado su madrina para el cumpleaños número seis. Pero la mamá dijo que
esas zapatillas eran una pura hilacha y que qué iban a pensar los Reyes Magos.
–Ya que estamos, Julieta –aprovechó la mamá–, dámelas que te las tiro de una
vez por todas a la basura.
Porque a la mamá de Julieta no le gustaban las cosas gastadas o con
agujeros. Tampoco le gustaban las cosas sucias o desprolijas. Y siempre tenía
la casa limpia,
reluciente y olor a pino. Debía de ser por eso que la mamá de Julieta no podía
ni oír hablar de perros.
–Perros en esta casa, jamás –decía–. Los perros ensucian, rompen todo y traen
pestes. Así que en la casa de Julieta no había perros, había tortuga.
Y no es que Julieta no le tuviera cariño a la Pancha. Pero la Pancha era
medio aburrida, y se la pasaba durmiendo en su caja.
Lo que Julieta quería –y lo quería con toda el alma– era un perro. Un perro
que le lamiera la mano y la esperara cuando ella volvía de la escuela. Un perro
que le saltara encima para robarle las galletitas. Por eso Julieta le había pedido
un perro a los Reyes. Y los Reyes se lo iban a traer, porque siempre le habían
traído lo que ella les pedía.
¿Y su mamá? ¿Qué diría su mamá del perro?, se preguntó Julieta y el
corazón le hizo tiquitiqui toc toc. Pero enseguida pensó que su mamá no iba a
tener más remedio que aguantarse, porque uno no puede andar despreciando
los regalos de los Reyes.
–¡Julieta! –dijo la mamá– Sacá la basura a la calle y vení a comer... A
Julieta no le gustaba nada sacar la basura, pero hoy tenía que portarse muy
bien porque era un día especial. Así que agarró la bolsa de la basura –con sus
zapatillas adentro, claro– y, sin protestar, atravesó el pasillo y la dejó en la
vereda, al lado del arbolito.
Mientras hacía esfuerzos por dormirse, Julieta pensó que ella, a veces, no la
entendía a su mamá. ¿No era, acaso, que los Reyes Magos, tan poderosos y tan
ricos, se habían atravesado el mundo entero para ir a llevarle regalos a un
pobrecito bebé que ni cuna tenía? ¿Y esos Reyes se iban a asustar de sus
zapatillas gastadas? Pero bueno, mejor pensar en el perro, que a ella le
encantaría blanco y medio petiso. Y Julieta se quedó dormida.
30A la mañana siguiente, Julieta se despertó tempranísimo. Allí, junto a sus
zapatos brillantes, estaba el perro.
–¿Viste, nena? –dijo la mamá–. ¡Un perro, como vos querías! Mirá: si le tirás
de acá, mueve la cola y las orejas... ¿Estás contenta?
No. Julieta no estaba contenta. El perrito que le habían traído los Reyes era
más aburrido que la Pancha. Porque la Pancha, por lo menos, estaba viva,
aunque a veces mucho no se le notara. Este perrito no le lamería la mano a
Julieta, ni le robaría
las galletitas, ni nada de nada.... ¿Es que los Reyes se habían equivocado?
Pero cuando, al rato nomás, Julieta salió a comprar la leche, pensó que no,
que los
Reyes Magos nunca se equivocan: al lado del árbol, con una de sus zapatillas
entre los dientes y la otra entre las patas, había un perrito blanco y medio
petiso. El perrito la miró a Julieta y, sin soltar las zapatillas, le movió la cola.
Entonces
Julieta lo agarró en brazos y corrió a su casa gritando:
–¡¡Mamaaaá!! ¡¡Mamaaaá!! ¡¡Los reyes me pusieron uno de verdad en las
zapa!!
La mamá salió al pasillo y lo único que dijo fue:
–¡Ay, mi Dios querido! Pero se ve que no se animó a despreciar un regalo
hecho por los mismísimos Reyes, porque después de un rato de mirarla a la
hija y al perrito, agregó por lo bajo:
–Entren nomás, que este perrito necesita un baño de padre y señor mío...
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