viernes, 17 de octubre de 2014

El arte de contar


A mi manera de ver, escribir cuentos es como tallar esculturas: cada página debe ser cincelada renglón por reglón, hoja
 por hoja.
Por su brevedad deben trasmitir con fluidez: emociones, sentimientos, sensaciones, suspenso; y sobretodo, mantener ritmos agradables de lectura. Me agradan los que con dos o tres pinceladas te introducen a una situación y te mantienen en vilo hasta su desenlace, también por su frescura y naturalidad, la economía de palabras y los finales inesperados. 
Los rebusques y la ostentación literaria no son buenos, distraen al lector.
El cuidado del lenguaje es importante pero es imprescindible llamar a las cosas por su nombre. “Hay palabras que son irremplazables: mierda es mierda” dijo Fontanarrosa en Rosario y sacudió a la Academia. No es lo mismo decir ‘mala persona’ en lugar de soretudo, ‘sonso’ como sinónimo de huevón, o ‘mal parido’ en vez de hijo de puta; si la historia lo amerita es necesario usarlas. 
Narrar con refinamiento intelectual sobre la humedad del agua o la blancura de la nieve no tiene sentido. A veces veo con cierta pena que algunos escritores están más interesados en lucir su erudición que en conmover al lector


Tomás Juárez Beltrán.

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